*) Prof. José Luis Corbo

 

Sobre la increíble pérdida de la capacidad de pensar…

“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto".

(Kafka, 1915, pag. 1)

Parece innegable el hecho de que nuestros sistemas operan bajo estructuras en esencia rígidas que, en cierta manera, garantizan su funcionamiento en base  a líneas de acción prescriptas que describen roles, lugares, jerarquías y demás elementos que los condicionan. En ese trajinar cíclico, parece inobjetable el estado de crisis que significa una necesidad imperante de cambio -en la mayoría de los casos emergente-, concebido como objeto potencial de riesgo institucional.

El hecho es que estos formatos operativos que producimos y reproducimos, se extienden a la mayoría de los ámbitos que conocemos. No existe institución que no responda a una lógica lineal de funcionamiento -normativamente inalterable- y a una estructura gráficamente piramidal, en la cual los niveles de decisión aumentan en la medida en que nos desplazamos hacia la cima.

Pensemos en familia, escuela, fábricas, clubes y demás. Inclusive estructuras mal denominadas cooperativas, trascienden su lógica cuando se instalan los liderazgos, se generan e institucionalizan subgrupos, y se normalizan estructuras de funcionamiento propias de los formatos tradicionales que las cabezas parecen entender mejor.

Lo interesante de estos sistemas son las formas en las que los miembros que los integran ceden posiciones y se desplazan, siempre con la intención de acceder a espacios de poder, promovidos por innumerables motivaciones -desde económicas hasta ideológicas- que provocarán un cambio en su accionar, producto del lugar geográfico que ocupen y del nivel jerárquico que la propia estructura les otorgue.

Pero es más relevante aún, y parece ser lo realmente preocupante, las mutaciones internas que el propio aparato provoca en dichos sujetos, alterando en muchos casos su racionalidad lógica -llámese sentido común- como una suerte de metamorfosis intelectual que los trasforma en seres casi irreconocibles. Esta especie de virus incontrolable parece atacar a todo sujeto A -pongámosle capataz- hoy con la capacidad de tomar decisiones sobre la vida de otro sujeto B -pongámosle obrero- hoy en la base de la pirámide.

Tomemos entonces el siguiente ejemplo. Comunicado: “se informa a los usuarios, que los espacios de uso público permanecerán cerrados en el día, en función de la alerta meteorológica. Se exhorta a la población a no salir de sus hogares salvo extrema necesidad. Aclaración: los funcionarios deberán asistir y permanecerán en el lugar de trabajo durante el horario que se extienda su jornada laboral”.

Entendemos claramente aquí, que quien redacta el comunicado, advirtiendo a los usuarios y ordenando a la vez la asistencia de los funcionarios, desempeña en este caso un cargo claramente de control. Lo interesante es que ese mismo funcionario, otrora debajo de alguien que operaba con su misma inoperancia, seguramente supo rasgarse las vestiduras cuestionando este tipo de decisiones. (Aclaramos también que todos los sujetos que integran el sistema son sujetos de derecho y que no existe sistema que opere con extraterrestres).

La explicación institucional a este fenómeno adhiere a la obligación natural que tiene el funcionario de ir a su trabajo -como la del niño a la escuela-, la que resulta incuestionable ante los propios ojos de dicha institución, por lo cual jamás deberá ser objeto de análisis.

El autorizar a los funcionarios a quedarse en sus casas implicaría una alteración al

aparato lógico de funcionamiento y sería a la vez un precedente en cuanto al actuar por fuera de la línea preconcebida.

La interrogante en este caso sería la siguiente: ¿qué mecanismo subliminal opera sobre quienes acceden al poder, quitándoles de cuajo su capacidad de pensar y llevándolos a tomar decisiones que anteriormente les hubieran resultado dantescas?.

Nuestra teoría es que las estructuras institucionales y el poder condicionan y operan de tal manera que, quienes ascienden, se dejen arrastrar por la corriente ilógica de lo políticamente correcto, en lugar de conservar sus ideales que en otros tiempos los tildaron de utópicos.

Y en esta lógica en la que habitamos, no podemos dejar de pensar que algún día nos puede pasar como al Gregorio Samsa de Kakfa, y despertarnos convertidos en ese horrible monstruo que en otro momento nos causó repugnancia. El propio sistema corrompe, inhibe, destruye, condiciona y aniquila.

El gran desafío es no devenir en el propio sujeto devenido. El desafío no es cuestionar las autoridades sino intentar conseguir espacios de autoridad -institucional o moral- que nos permitan reconstruir estructuras en otra clave lógica bajo el impostergable desafío de revivir el sentido común.

 

*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).

Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.

(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.

Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.

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