*) Mag. José Luis Corbo

“El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el coste de la vida, el precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”. Bertolt Brecht

A primera vista, es complejo encontrar la distinción precisa entre lo político y la política. Tal vez el uso simplista de los términos inhabilita el propio análisis o tal vez aquellos que hacen de la política su profesión, aquellos que creemos están obligados a -por lo menos- pensar estas precisiones, son siquiera capaces de comprenderlas.

Considerando que todo es político -tanto teoría como praxis- podríamos decir que cada acción en la que nos vemos implicados como sujetos es plausible de análisis político el cual, lejos de mostrarse abiertamente a los ojos de todos, es capaz de esconderse en el entramado de relaciones subyacentes que sostienen un sistema político en permanente movimiento.

El hecho es que el espectro de lo político habita la dimensión global y concreta de todas las acciones entre sujetos. Cada práctica que implica relaciones de poder, dadas sus particularidades, podrá ser o no exteriormente caracterizada de práctica política por esos sujetos que la configuran, más no por eso dejará de serlo.

Pensar entonces en lo inofensivo de las pequeñas acciones políticas que implican relaciones -visibles o no-, supone quedarse con la abstracción de la acción, es decir, pensar que eso que ahí sucede no trasciende más allá de la práctica como recorte del universo de lo concreto. Imposible, dado lo indisociable de lo abstracto y lo concreto.

Es aquí donde parece imprescindible destacar la relación dialéctica entre lo universal y lo particular. Aquello que se configura como universo de lo político y que se dibuja como representación de un todo, se relaciona dialécticamente con las construcciones particulares que se desprenden de las acciones diarias de los sujetos.

Quiere decir entonces, que cada acción y cada decisión que tomamos a diario son acciones y decisiones políticas y no solamente en referencia a la praxis -acción de sujetos sobre sujetos para transformarlos y transformarse- sino también a la poiesis o producción -acción de sujetos sobre objetos-.

Para este último caso, podríamos decir que cada vez que me relaciono con un objeto producido por otro sujeto, que esconde bajo sus formas lo imperceptible del fetichismo de la mercancía, su dimensión política es incuestionable.

El hecho es que muchas veces no somos conscientes de la trascendencia de nuestras acciones y somos incapaces siquiera de reconocer la relación que  nuestras acciones individuales generan sobre la condición general de lo político como hecho concreto.

El nuestro país se ha instalado de forma definitiva una lógica neoliberal de hacer política que, si bien es histórica y ya fue en su momento cuestionada, resurge cada vez con más fuerza y se instala de forma apresurada. Es la política del favor, la que entiende que la política se teje en el pequeño mandado al vecino que lo vota, aun cuando ese favor es incapaz de trascender más allá del favor mismo.

Esa misma política instala la individualidad y el egoísmo, el voto por lo que a mí me sirve, por aquello que entiendo que de alguna manera me favorece, a la vez que me aleja de toda posibilidad de ubicar en el contexto político general el peso de mis acciones.

Son políticas en territorio que apuntan justamente a eso, a fraccionar las acciones políticas, a individualizarlas -pongamos que el voto es una más de todas esas prácticas políticas de las que hablamos-, haciendo creer a la gente que esa forma de pensar es la que realmente la empodera, pero negándoles subliminalmente la posibilidad de conocer el fondo político de las decisiones que “la política” de estado toma en esa suerte de abuso de poder permanente en el que caen los representantes institucionales del Estado cuando se olvidan que son representantes del pueblo y no de los intereses del sector que los vota.

La corrupción nace de forma particular en aquel que espera favores de aquellos que vota, en la acción del voto como práctica política a la espera del provecho individual y desconociendo que, a la vez que uno se favorece como individualidad, hay un contexto general de lo político en territorio que se construye bajo los cimientos de la corrupción.

La corrupción no está solo en “la política” como acción concreta, partidaria, en los políticos de profesión, la corrupción nace de las pequeñas acciones individuales de aquellos que votan, esperan y avalan. Avalan el desarrollo de las políticas del amiguismo a toda escala y dimensión.

Es tan corrupto el que espera el cargo como el que espera la licitación de la ruta, de los parques o del kiosco de la playa o inclusive el que espera el asado gratis en el comité, porque generalmente su libertad de esperar tampoco está ligada a una necesidad de vida o muerte.

Su corrupción nace de una ignorancia inducida por esos mismos que vota y es la resultante de un desconocimiento de su accionar político y de la posibilidades que la acción política habilita. La corrupción no tiene escalas que midan en volumen de dinero, simplemente tiene niveles de decisión y niveles de incidencia, dependientes también dialécticamente.

Tal vez lo más triste sea aquel corrupto incapaz de reconocer su propia corrupción.

 

*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.

Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.

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