*) Mag. José Luis Corbo

“Hoy, con la cosificación de la profesión de enseñar que ya se anuncia, se produce en este campo un profundo giro… hace ya mucho que el profesor, lenta pero pienso que inconteniblemente, ha pasado a ser un vendedor de conocimientos, al que se compadece porque no es capaz de hacer valer estos de mejor manera en su propio interés material” (Adorno, Th. Tabúes sobre la profesión de enseñar, 1969)

No pretendemos en un texto breve, realizar un análisis minucioso de cómo se suceden las relaciones de intercambio en una sociedad que podríamos denominar de capitalismo tardío. Sería casi que de perogrullo aclarar que todo aquello que de alguna forma es plausible de ser materializado, convertido en objeto mediante un simple acto de abstracción, adquiere per se un valor de cambio que excede en gran escala su valor de uso.

Es decir que todo aquello que de alguna forma se vende, más aún la mano de obra cosificada, abstraída de la realidad concreta, ingresa a las relaciones de intercambio y se ofrece en el mercado a un precio que es determinado por las propias dinámicas de dicho mercado y que será entonces el reflejo de las correspondientes relaciones de producción.

Para el caso de la docencia, podríamos realizar algún tipo de apreciaciones. Entendemos esencial aclarar que todo aquel que educa es parte de un proyecto político educativo. Ese proyecto que se presenta como recorte de lo concreto, que se abstrae para construirse, se inscribe dialécticamente en esa realidad concreta. Es decir que aquella acción docente que se vende como fuerza de trabajo sólo irá más allá de la abstracción en la medida en que el docente trabaje conscientemente en la construcción de ese vínculo con lo concreto.

El trabajo del docente, o más precisamente su fuerza de trabajo, encuentra su sentido únicamente en su vínculo con la praxis. Aquello que enseño, de alguna manera se fusiona con la realidad en que se ve significado y su potencial educativo se condensa en su encuentro con esa realidad. Es el docente quien, de alguna manera, “pedagogiza” aquello que enseña, con cierta autoridad simbólica emanada de su rol, y serán sus decisiones las que potencien (o no) el valor de su labor.

Esa relación de aquello que se enseña con la praxis, ha quedado relegada en demasiadas de las propuestas educativas contemporáneas. Como nos dice Adorno, el docente se transforma en un vendedor de conocimientos que presenta su saber en el mercado y lo vende a la mejor oferta de compra.

El valor de cambio de la docencia se asocia a su vez a la formación y profesionalización de los docentes en una sociedad meritocrática. El que más estudia vende mejor su fuerza de trabajo. Una formación que debió vincularse inicialmente con su valor de uso en relación con su vínculo con la praxis, se sostiene sobre su valor real de cambio en la medida en que el docente juega con eso en el mercado. El saber es mercancía y la docencia se mercantiliza.

A su vez, las estructuras burocráticas potencian la competencia entre sujetos en base a sistemas de competición dedicados a pesar papeles y son incapaces, en el mayor de los casos, de reclamar el valor real de la formación para la educación, el de enseñar para trasformar y transformarse.

La producción de conocimientos que es delegada a la academia –en el mayor de los casos- también adquiere un valor en sí misma, alejado de la praxis y como nueva abstracción. Se produce desde la aparente desconexión con la realidad objetiva y se acumulan conocimientos cual mercancías. Cada vez sabemos más. Pero cada vez sabemos menos para qué sabemos.

Lo cierto es que esa producción de conocimiento siempre esconde un interés, tal como dice Habermas, y aquel que desconoce ese interés terminará, indefectiblemente, aportando a la reproducción. El interés emancipatorio es la quintaesencia de la relación entre la educación y la praxis.

Esa cantidad de conocimientos que tenemos para enseñar –o para vender-, no logra impactar en el estudiante porque carece de sentidos materiales en cuanto a su propia producción. Producción que es también profundamente política, porque sería un tanto ingenuo y hasta irresponsable entonces, desconocer sus intereses subyacentes.

Asumir las dificultades de una docencia cosificada se vincula a la necesidad de recuperar su valor real, aquel que se somete al juicio crítico de su capacidad para la construcción de proyectos sociales transformadores, emancipadores. Dejemos de una vez por todas de lado la enseñanza con pretensión de verdades asépticas. Cuestionemos todo lo que enseñamos y pensemos para qué lo enseñamos.

Recuperemos el valor real de la enseñanza desde su verdadero sentido de ser, desde su vínculo real con la realidad y las relaciones concretas de los sujetos.

 

*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.

Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.

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