“La presente sociedad industrial ha incrementado más que reducido, la necesidad de funciones parásitas y alienadas (para la sociedad como un todo, y también para el individuo). La publicidad, las relaciones públicas, el adoctrinamiento y la obsolescencia planificada ya no son costos improductivos sino elementos básicos de los costos de producción” (H. Marcuse)
Tal como lo hemos expresado más de una vez, el fenómeno de los runners es un tanto extraño e inexplicable si se piensa como fenómeno abstracto. En virtud de que entendemos que la realidad es concreta, intentaremos aproximarnos a lo concreto de esta explosión cultural que arrasa y que parece no tener límite ético alguno, llegando inclusive a priorizar su propio desarrollo en base al riesgo de vida de los sujetos que participan.
De más está decir -pero igual lo decimos- que el deporte es parte de la cultura. Parece inexplicable a esta altura esa recurrente idea de crear “direcciones” de deporte y cultura porque lo abarcativo de la propia idea de cultura es entonces superador del deporte tanto como lo es de la música, de la pintura o de cualquier otra manifestación social con rasgos particulares reflejo de las relaciones objetivas.
Entiendo que estos errores nacen de la imposibilidad de distinguir el concepto de cultura del concepto de arte y de usar indistintamente los términos para hablar de una y otra cosa. Este es el error más recurrente de los discursos políticos actuales y del cual todos somos culpables, ya que hemos habilitado a la clase política de nuestro país a hablar de lo que saben y también de lo que no saben y en el mayor de los casos asentimos con la cabeza.
Retomando… el hecho es que el deporte es un fenómeno cultural que, al igual que el cine, la música y el resto de las artes, pasa a ser potencial víctima de la industria cultural, de esa gran maquinaria destinada a producir fenómenos culturales para el mercado y venderlos en función de su instalación como necesidad o simplemente como moda para, a partir de allí, desarrollar un mercado de productos supuestamente necesarios de adquirir para ser parte del fenómeno.
La dinámica de los runners es bien diferente de la del deporte espectáculo. Mientras que el último se instala y se vende con el consumidor por fuera de la práctica en sí -pongámosle de los partidos-, el segundo habilita al consumidor a ser parte de la práctica. En el primero alcanza con comprarse la camiseta e ir al estadio para ser parte de la dinámica concreta del consumo, mientras que en el segundo, nadie tiene los championes del mejor fondista del mundo simplemente porque lo admira, los tiene porque quiere ser corredor.
Y esa simple diferencia habilita al resto de la cadena de consumo que desde allí se desarrolla.
Nace entonces el primer fenómeno que es el de la propaganda. La propaganda, que en el nacimiento del capitalismo no se contemplaba dentro del capital constante, de la inversión inicial para la producción, pasa a ser parte fundamental en este proceso. Y la propaganda en el fenómeno runner es lo primero que carece de límites.
La base de la promoción de todos los objetos (in)necesarios para correr es el voluntarismo, el hacerle creer al consumidor que cada cual es capaz de hacer lo que se proponga sin consecuencias posteriores. Entonces vemos al sedentario que se levanta del sillón, se calza esos championes de marca y empieza a correr… Y lo volvemos a ver corriendo una maratón. Y parece un testimonio real.
Lo primero que hay que aclararle al corredor novato, es que la base del corredor es anatómica y fisiológica, no espiritual. No corre los 10 k el que se propone correr y los completa porque se lo propuso. Lo hace porque anatómica y fisiológicamente está preparado para hacerlo. Lo que sucede es que aquel que se entrena y corrige su alimentación experimentará mejoras orgánicas que se reflejarán en un cambio de actitud que mejorarán a su vez su predisposición para la actividad física.
Lo segundo para aclarar, es que esa industria que te vende los championes se propone hacerte creer no sólo que los necesitas sino que serás igual a otros que los usan. Otros que seguramente se encuentran en condiciones materiales totalmente diferentes de las tuyas. Apelamos a la capacidad crítica de los corredores para comprender que ni las zapatillas, ni los shorts, ni las remeras, determinan el ser de las personas.
El hecho es que esta falta de límites del fenómeno de los runners, sostenida por las estructuras de consumo y representada en las carreras de calle como su máxima expresión, antepone el consumo a las personas generando un fanatismo explosivo -por su velocidad de gestación- y alienante, que es capaz de someter a los corredores a situaciones en las que arriesgan su vida para ser parte de la movida que la propia propaganda generó.
Parece una locura que una carrera de 10 k se lleve una víctima aunque sea de muerte súbita y posiblemente difícil de detectar con análisis médicos previos.
También parece una locura que la ambulancia que acompaña levante aquellos que van cayendo en la epopeya de completar la carrera pero sin la preparación anatómica y fisiológica que ello demanda. No está mal la ambulancia, está mal la inconsciencia de los que toman el riesgo de correr sin estar preparados.
Pero lo más extraño es que se le exige al corredor amateur firmar un deslinde de responsabilidad, un documento que se propone cubrir a la empresa contra posibles demandas en caso de que algo suceda, pero no se le pide que presente la certificación médica necesaria que lo habilite a realizar un esfuerzo físico de tal magnitud.
Sin dudas un fenómeno que se invisibiliza, en función de los intereses que lo sostienen, pero que requiere de análisis y abordajes educativos urgentes.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.