“El populismo… busca las causas de los problemas en los judíos, el corrupto, el migrante… pues estos son más visibles que los procesos sociales complejos del capitalismo global”. (Slavoj Zizek)
Numerosas cosas nos llaman la atención en tiempos de campaña. Claramente no a todos nos llama la atención lo mismo. Unos nos vemos atraídos por los discursos, otros por las promesas, otros, simplemente, por los dispositivos propagandísticos y otros tantos, aquellos a quienes nos gusta la política para pensarla, para estudiarla, comprenderla y cuestionarla, por una que otra particularidad distinta de las mencionadas.
Nos llaman la atención, esencialmente, las posibilidades concretas que los discursos pueden llegar a representar a partir de la implementación de líneas políticas coherentes y justas, es decir, las posibilidades de validez de los enunciados propositivos y la factibilidad de su concreción para la transformación de las prácticas de los sujetos.
En otro orden de cosas, nos interpela que la política, como práctica y como discurso, vaya perdiendo cada vez más fuerza en virtud de lo liviano del hacer y del decir, es decir de lo superficial de sus formas de representación y de la imposibilidad aparente de acceder, a partir de acciones concretas, al fondo de los problemas políticos reales.
Esa liviandad aparente de los discursos y de las prácticas políticas, potencia la transparencia de las acciones, pero -oh, paradoja-, se dibuja incuestionable y se presenta políticamente correcta, a partir de lo explícito de sus acciones. Éstas, en el mayor de los casos, no parecen demandar siquiera análisis políticos profundos.
Vayamos a un ejemplo. Años atrás, un discurso educativo utilitario y pragmático, lindo de escuchar, no expresaba lo que subliminalmente intentaba hacer, no exponía su fondo ideológico, su curriculum oculto. Los que estudiamos la educación, entonces, proponíamos acalorados debates para interpretar qué era aquello que querían hacer con nosotros, sujetos de enseñanza, a través de prácticas subliminalmente maquilladas.
El hecho es que los que proponen esos discursos vistosos y aterradores a la vez, se rasgan las vestiduras enfrentándose a todo tipo de análisis que pretenda cuestionarlos, y etiquetando cualquier contrapropuesta como “ideológica”, esencialmente a partir de la vinculación de la ideología a las formas del discurso político de izquierda y defendiendo a su vez sus propuestas como “libres de ideología”.
Con el respeto que me merecen todas las nuevas generaciones de políticos actuales: esas afirmaciones son tan absurdas como desprovistas de fundamentos. Analicemos entonces las formas de la ideología a partir de las acusaciones de ideológicas a ciertas prácticas y discursos.
Aclaramos antes que nada que la ideología deviene de las prácticas, no es una simple abstracción teórica. A su vez, aclaremos también que la ideología puede, dadas sus formas, expresarse tanto como afirmación como negación, y que el dominio de una de ellas sobre un campo, no niega la existencia de la otra, sino que ambas coexisten en dependencia dialéctica.
Por lo tanto, afirmar que hay discursos ideológicos es simplemente tautológico ya que todos los discursos lo son, tanto los que afirman la validez de una trama de ideas nacidas y legitimadas de las prácticas, como los que se enfrentan a esas ideas con la intención de transformar, obviamente, dichas prácticas.
Es decir que, aquellos que acusan de ideológicos a los discursos de izquierda, no hacen más que apelar al uso de una ideología afirmativa, de aquella que representa a la clase dominante y que describe formas de acción y sus respectivas interpretaciones, a partir de la asignación de juicios de valor a sus propias acciones, es decir, auto validándose y encargándose a su vez de juzgar con esa vara las prácticas de los otros.
Dicho de otro modo, los que acusan de ideológicas a ciertas formas de pensar, son el producto de lo que en ellos ha instalado una ideología dominante que no es más que la representación de prácticas que determinan su ser y de un ser que, por tanto, determina su conciencia.
Los acusados, por otra parte, respondemos a una ideología que pretende ser negación, y que nace también de las prácticas, pero como contrapropuesta, y que implica, por lo tanto, un desarrollo más exigente de los niveles de la conciencia. La ideología que busca negar se enfrenta al universo de las prácticas, lo interpreta y lo analiza, inicialmente a partir de nuevos discursos, pero su intención es y será siempre llegar a las prácticas, es decir instalar formas de hacer configurando relaciones que a su vez devengan en nuevas ideologías en la medida en que se instalen dominantes.
Acusar ciertas afirmaciones de ideológicas implica desconocer las bases de la práctica política y negar las formas de las relaciones de poder que en la vida se desarrollan. Parece apremiante en estos tiempos levantar el nivel de la discusión.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.