En época de posverdad, a quienes nos gusta analizar datos y somos respetuosos de las leyes económicas, los saldos de las cuentas externas de Argentina resultan por demás preocupantes.
En los primeros siete meses de 2017, el desequilibrio en el intercambio de bienes con el exterior resultó deficitario en Usd 3428 millones. El déficit de cuenta corriente, que agrega al dato mencionado los movimientos de servicios, remuneraciones factoriales y donaciones corrientes, supera los Usd 23.196 millones, de acuerdo a la consultora Economía y Regiones. En términos nominales, resulta la peor cifra de la historia. En valores constantes, el número es al menos alarmante.
Ha crecido fuertemente el déficit con Brasil, USA y China. Para colmo de males, la matriz exportadora se ha primarizado fuertemente, algo previsible a partir de las medidas tributarias de la actual Administración. Y como si ello fuera poco, se detecta una importante fuga de capitales por Usd 20.000 millones.
Si bien este combo explosivo puede atenuarse a partir del ajuste cambiario de julio, cuando el dólar en Argentina llegó a los $ 18; la base del desequilibrio se mantiene.
La “solución” momentánea a este desajuste exterior ha sido el endeudamiento externo. La deuda externa argentina ha aumentado fuertemente en más de Usd 37.000 millones, y la inversión externa directa apenas se mantiene en cifras muy bajas.
Este nivel de endeudamiento tiene como base el exceso de apetito de riesgo de los inversores internacionales, y la superabundancia de capitales financieros libres junto a la liberalización financiera del vecino país.
La situación es muy inestable. El cambio de humor de los inversores puede destrozar la base de sustento del modelo de Argentina, en cuyo caso, la primarización productiva no dejará espacio para una rápida recuperación industrial de valor agregado ante una eventual devaluación fruto de una crisis cambiaria, y la carga de intereses por la abultada deuda generada terminará recayendo sobre el déficit fiscal global hasta atrapar a Argentina en la misma disyuntiva fiscal que tuvo en el año 1989 o 2001.
Mientras tanto, en Maldonado, quienes dependemos de los flujos turísticos del vecino país, simplemente nos limitamos a rezar para que lo inevitable no acontezca en el corto plazo, o al menos hasta que finalice la próxima temporada, cualquiera sea el año vigente. O bien que a algún CEO, u otro economista local, se le caiga de una buena vez una idea original y tuerza lo que parece una condena histórica de nuestra querida Argentina.
*) Es Master en Economía Financiera por la Univ. of London-SOAS, UK. Se desempeña actualmente como Profesor de Economía de la Universidad de la República (CURE-Maldonado) y de la Universidad Católica del Uruguay (Sede Punta del Este). Es asesor de inversiones financieras.