“Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia la excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se enciende jamás. Y si ella se muere, quedas inerte… sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real.” (Ingenieros, J. 1913. El hombre mediocre)
Hace más de 20 años, cursando el penúltimo año de bachillerato me encontré, en mi clase de Filosofía, con un título que hasta el día de hoy me llama la atención: “La posmodernidad, el fin de las utopías”. En ese momento, con el envión inevitable de la caída de la Unión Soviética, y bajo la lupa de aquellas políticas educativas, recibíamos una única versión de la historia, entendida de igual forma por la Filosofía.
Jamás se nos aclaró, por temor encubierto a la rebeldía adolescente, que toda narrativa histórica no es más que una interpretación subjetiva de la realidad y que, de querer construir nuestra propia versión, es poco menos que imperativo conocer otras versiones, otras “verdades” que, en sus múltiples formas, promuevan el desarrollo crítico del sujeto, facilitándole herramientas de intervención social.
Ahora bien, aunque parece estar claro que el título insinuante no era más que un ataque directo a formas políticas diferentes de las que promovía el mundo globalizado, o los que manejaban ese mundo, lo interesante es analizar el mensaje encubierto que contiene esa afirmación.
En su momento, Galeano hacía referencia a la utopía como aquello que se aleja en la medida que me acerco, pero que necesariamente debe estar ahí, como motor necesario para ayudarnos a avanzar. Concepto similar el de Ingenieros, en cuanto a la necesidad de ese ideal interior que nos invita al ejercicio sostenido e inagotable de la búsqueda de la perfección.
Asumir que las utopías han caído, no es más que asumir que debemos resignarnos a la desigualdad social, a la miseria de algunos y los privilegios de otros, a los explotados y a los explotadores, al hambre, la guerra, el despilfarro absoluto y la concentración de la riqueza en los sectores más privilegiados. En pocas palabras, seguir como estamos y bajar la mirada, indiferentes ante nuestros pares y afanosos de pertenecer a los sectores de privilegio. Una suerte de sueño americano.
¿Y qué pasa entonces con los docentes?. ¿Para qué trabajamos?. ¿Es posible trabajar en la educación sin tener utopías?. Desde nuestra perspectiva, no hay forma de avanzar en la educación de un país, si no se describe claramente un proyecto social. En dicho sentido, parece impensable que eduquemos para promover desigualdades, más allá de que sepamos que hay y que, difícilmente, algún día no las haya. Pensar en un proyecto de justicia social, es pensar necesariamente en una utopía, y eso es justo lo que necesitamos.
Podemos tolerar el discurso de fijar objetivos reales, metas alcanzables que no sólo direccionen las propuestas sino que nos motiven también en el trabajo del día a día. Pero esos, los objetivos, no son más que los pasos de los que nos hablaba Galeano. Educar es una acción política validada moralmente, para la cual es necesario un motor potente que la empuje y que provea a su vez de las fuerzas necesarias a aquellos que asumen el desafío de estar ahí. Ese motor es la utopía.
En este sentido, asumiendo el carácter vocacional que debemos tener quienes tomamos el desafío, creemos que no es posible tener docentes sin utopías, así como tampoco docentes que promuevan el discurso otrora validado en secundaria. Los docentes debemos, necesariamente, revelarnos antes las necesidades de nuestros niños, sensibilizarnos ante la falta de sensibilidad y asumir de una vez por todas que nadie está abajo porque así lo decidió, sino porque es lo que le ha tocado.
El llamado es para aquellos que, al igual que nosotros, no perdemos las esperanzas ante tanta desesperanza, y decidimos dar esos pasos, con la llama inagotable de un ideal que, ante todo, se dedica afanosa y desinteresadamente, a la búsqueda de la aparentemente inalcanzable justicia social.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.