“…Si bien la ciencia social aplicada a la educación puede proporcionar resultados que nos ayuden a entender las reglas de juego de la acción, no puede proporcionarnos la base para una tecnología de la enseñanza que brinde al profesor una orientación fiable. Las predicciones basadas en niveles estadísticos de confianza son aplicables a la acción sólo cuando haya que aplicar el mismo tratamiento a toda la población. Esta condición no sirve en educación. Al profesor le incumbe diferenciar los tratamientos”. Stenhouse, L. (1987)
Son tantas las formas que dibujan los intentos desesperados por salir de una supuesta crisis en la educación que, a estas alturas, se nos dificulta comprender qué es real y qué es parte de esas construcciones abstractas, forzadas y partidariamente cargadas que construyen los medios de comunicación masiva y que, por algún tipo desconocida de ósmosis, terminan construyendo nuestros discursos.
Es real que los cambios de época suponen cambios en la educación porque en esa dialéctica sociedad-educación, la sociedad construye educación y la educación debería también aportar a la construcción de esa sociedad. Si bien esta afirmación requiere de análisis más profundos, tal vez desde perspectivas marxistas o gramscianas, podríamos quedarnos con algo que es básico, la necesidad de pensar en un proyecto social que, a la vez de adaptarse a los cambios, promueva ciudadanos que comprendan y se posicionen ante dichos cambios, en lugar de adaptarse doctrinalmente a ellos.
Podemos tomar el ejemplo de la tecnología, que hoy invade las aulas, sobre todo lo vinculado a la informática, la robótica y todos sus derivados. ¿Será necesario instruir a los jóvenes en el manejo básico de las herramientas tecnológicas o debemos, en otro sentido y, antes que nada, promover el desarrollo crítico y reflexivo sobre los usos conscientes de la tecnología para entender, entre otras cosas, las formas de manipulación para las que la propia tecnología es usada?.
Debates como este surgen varios. Lo hemos planteado con otras formas, pero idéntico fondo para el Deporte, por ejemplo. Lo que queremos tomar en esta ocasión, es la mirada actual que se promueve y que construye y configura discursos y prácticas educativas y que es el resultado de la producción de agentes intelectuales externos a la escuela. Es decir, el tomar partido por temas educativos con una visión de la educación que responde a los ojos de los no educadores.
En la actualidad, los medios promueven y reproducen la visión de un grupo de intelectuales respetados en la academia que prometen cambiar la educación -no sabemos si el ADN o qué- en función de un manual “abierto” que respeta insumos de moda en cuanto al debate educativo y elabora una propuesta del orden de lo político, económico o educativo -no se sabe cuál de ellos pesa más- que se presenta al común de la gente como una respuesta seria y bien intencionada ante la problemática emergente de la educación.
El problema de estas propuestas es que las visiones que exponen, que simulan ser multidisciplinares, pero responden al orden de lo sociológico, lo antropológico, lo psicológico… o algún otro campo, son y siempre serán visiones “sobre” educación y jamás “en” educación, porque los sociólogos no están ni van a las escuelas.
Sabemos que existe un aporte docente en esta propuesta, pero nos posicionamos claramente en la vereda de enfrente. En este sentido, Chomsky nos advertía que, si creemos en la libertad de expresión, debemos incluir la de los otros. Y con esto no queremos decir que el conocimiento que producen carezca de validez, sino que su transposición y sus aportes a la práctica no contemplan aspectos pedagógicos y didácticos poco menos que medulares para este asunto.
No podemos ni debemos obligar a un sociólogo a que piense como docente. No creemos tampoco que sea necesario. El gran Bourdieu, más de una vez, dejó claro que su trabajo como sociólogo consistía en describir y desenmascarar esas acciones inconscientes de los sujetos que configuran los códigos sociales y culturales y que son, a su vez, estructuradoras de esos sujetos. Jamás elaboró un plan de estudio, porque no era pedagogo y porque su desarrollo intelectual lo obligaba en cierta forma a respetar los campos.
Lo cierto es que hoy tenemos la posibilidad de leer un documento de más de cien hojas en el que no aparecen las palabras crítica ni criticidad. Un documento que llega a salvarnos pero que a la vez nos condena. Es la mirada de los que piensan que está todo mal y que ellos tienen el mensaje de la salvación, pero que jamás accederán a remangarse los pantalones para pisar el barro. Es la mirada externa, tan externa como la de los que nos miran desde afuera y pretenden evaluarnos.
Lo peor es que todo tiene lógica en ese tipo de construcciones y es poco menos que predecible. Sería ilógico que la lógica de quienes nos someten promueva ideas educativas que nos liberen, lo decía hace muchos años Freire. Esa visión educativa es básicamente económica, se vincula a la producción y a la preparación para el mercado, asumiendo que lo único válido a saber es lo vinculado con lo axiológico en formas de competencias duras y el resto es blando, porque debemos aprenderlo para desaprenderlo en la medida que el propio mercado nos lo demande. Es el discurso neoliberal, el de las prácticas liberadoras, liberadoras de los capitales del mercado, pero jamás de los sujetos.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.