“Que el pensar haya de destruir algo, no importa para nada lo que sea, en principio no es argumento contra este pensar si la destrucción es forzosa, es decir, si la cosa requiere una destrucción semejante. Pues una tal destrucción, si se trata de un pensar real y no de una mera manipulación sofística, no es un juego inmotivado que sale a ejercer el pensar para, tal como se dice, dar por tierra a alguna cosa, sino que está motivado por la cosa misma; de lo contrario no será válido” Adorno, Theodore (1909-1969)
Parece ser que el mundo conspira a favor del no pensar. La urgencia de lo inmediato y la inmediatez de lo burdo promueven un tipo de pensamiento no pensado, una forma de comprender la realidad que no trasciende lo meramente respirado, lo recibido desde la perspectiva del sinsentido, del mensaje implícito que el propio desconocimiento incluye en su esencia.
La costumbre, la naturalización, el abandono por el cansancio y el descreimiento endémico, general y absoluto sobre el todo, nos condiciona la vida. Es más fácil la ignorancia porque, como ya dijo algún genio, la tristeza es causa del saber, cuanto más se sabe más infeliz se es. Y cuanto más te enteras de algunas cosas, más desearías no haberte enterado.
Es innegable que el mundo ha cambiado y el discurso posmoderno dice que es deseable adaptarse a los cambios, aunque esos cambios impliquen el sometimiento a las formas que diseñan las estructuras para nosotros, a la realidad objetiva de la injusticia y al carácter estático de la desigualdad. En ese discurso de la desesperanza, los pobres siempre son pobres y el poder siempre está del otro lado. Porque si bien el mundo cambia, eso parece no cambiar.
La fuerza de los discursos y su trabajo incansable sobre la estructura del pensamiento, lo explícito y lo encubierto de los modelos actuales, nos transforman en lo que hoy somos. Lo preocupante es que esa transformación es inconsciente y no responde a un sujeto como tal, sino al carácter global de la humanidad.
Y parece ser, que en esa construcción que nos proponen, el tener le ganó al ser. Lo banal se publica y los abusos se aplauden. El consumo enaltece y la pobreza se esconde. Y la catarsis se disuelve en un espacio virtual.
Lo que alguna vez prometía ser ideología, dio lugar a la doctrina ideológica, aquello impuesto por intereses no siempre visibles, creado para manipular a los sujetos en función de una estructura de pensamiento prestablecida, y al servicio de algo. En algún momento nos convencieron a los de abajo que el secreto de la felicidad era parecerse a los de arriba, y así nos acostumbramos a pensar.
No accedemos a lo mismo, intentamos consumir lo mismo, aunque no podamos, y las formas de inclusión que nos prometen solamente nos habilitan a participar de esa maquinaria de consumo. Ideológicamente nos construyen para consumir y el modelo que nos proponen es el del consumidor no pensante.
Pensar da miedo. Porque pensar implica una ruptura. Implica la destrucción de lo impuesto para la construcción de lo propio, de lo libre. Como nos decía Adorno, la ruptura para el caso no sólo es necesaria, sino que es urgente. Porque la ruptura la pide la cosa, es la cosa la que pide a gritos ser destruida.
No hay forma de explicar este estado de barbarie en el que nos hemos sumergido sin destruir el discurso insostenible del progresismo, porque el propio progreso es violento en la medida en que… “como un dominio de la naturaleza plantea una suerte de nexo de culpa, se reproduce en las relaciones mutuas de los hombres e incuba así, él mismo, las fuerzas que se dirigen contra el progreso” (Adorno, 2015)
Necesitamos someternos al ejercicio urgente de comprendernos como sujetos históricos. Necesitamos comprender nuestro recorrido en el mundo, nuestro desarrollo y nuestra decadencia. Necesitamos, quizás, desprendernos de la idea del progresismo lineal, porque parece estar más que claro que muchos avances implican un retroceso. Un retroceso que parte de su ser destructivo, para comenzar a construir.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.