“Donde existe la propiedad privada de los medios de producción y su secuela -la explotación del hombre por el hombre- no hay libertad para los trabajadores porque la libertad para el pueblo carece de una base objetiva real. En tales condiciones, la libertad tiene para el pueblo una importancia solamente formal, pues no puede gozar de ella.” (Yajot. O. 1968)
En la medida en que las relaciones sociales se suceden y esa base objetiva parece inmutable, renacen las formas de entender la libertad. Simplistas, banales, reduccionistas, injustas e inexplicables formas de pensamiento que de alguna forma u otra mezclan e intentan armonizar lo inconciliable en base a posiciones dudosamente funcionales a dichas relaciones.
Tal vez la más básica de ellas es la que alinea libertad y democracia. Parece ser que el simple hecho de poder votar, sumado a la instalación de los tres poderes, garantiza de alguna manera la libertad de los sujetos. Es decir que una cierta forma de pensamiento, una suerte de conciencia que, como decía Fromm, no es más que la simple reproducción de una conciencia social que es, a su vez, el producto de aquella base objetiva real, de la estructura, parecería ser el reflejo de la libertad.
No hay forma de sostener que democracia y libertad vayan de la mano. Simplemente porque la ideología es un producto de la estructura, de la base objetiva, y no es más que su reflejo en el mundo de las ideas. En las formas actuales del capitalismo, el trabajador votante jamás ejerce libremente su derecho al voto porque vota desde el sometimiento a una doctrina ideológica que es el producto de una situación de dependencia en función del lugar que ocupe en la lucha de clases y, por tanto, en sus relaciones de trabajo.
Un segundo enfoque es aquel que alinea libertad y anarquía. La libertad como expresión del hacer libremente y sin ningún tipo de condicionamiento. De esta forma, solamente soy un reflejo de mis actos jamás pensados pero que responden a una suerte de sentido común, que se siente libre pero que no es más que un sentido común normalizado, un producto también de la base real objetiva.
En este segundo grupo encontramos a los que se dicen libres de conciencia y expresan esa libertad mediante estados de contrahegemonía, en base a un mal
comprendido pensamiento crítico que, lejos de ser crítico, no es más que un fantoche inútil de algún tipo de expresión criticona. Este tipo de pensamiento de alguna manera sostiene, implícitamente, que puede existir algún tipo de libertad que no responda a las leyes naturales de los sistemas sociales y es, naturalmente, y desde una perspectiva materialista, tan improbable como sería intentar vencer las leyes de la naturaleza.
De alguna manera el liberalismo para la producción es una suerte de anarquía, ya que asume que la libertad de los mercados, de algún modo, va a encontrar una forma de autorregulación que sea justa para todos y que deje definitivamente de lado el sometimiento de los de abajo en manos de los poderosos.
Para el caso, la libertad de acción para algunos no es más que los pesares para otros. Pero existe una tercer opción para pensar la libertad. En el entendido de la necesidad de respetar las leyes que regulan las relaciones sociales y de que todos los fenómenos reales son el efecto de determinadas causas que ameritan la deconstrucción del objeto de análisis, y que ese efecto será a su vez causa de aquello que real y objetivamente ocurre, la libertad de los sujetos se configura desde una educación necesariamente política que construye desde su eje transversal las formas para entender esa realidad objetiva. No hay forma de pensar la educación más allá de la política.
Tampoco de resumir la educación a la expresión del sujeto como manifestación de libertad porque el sujeto no existe en solitario y toda expresión de libertad debe contener en si misma una forma implícita de disciplina social. La educación deberá construir las formas de esa disciplina social, de aquello a lo que voluntariamente decido someterme para ser parte de un proyecto que es de todos y para todos.
No hay forma de pensar la libertad más allá de las relaciones sociales, de una estructura política que, ubicando al hombre en el centro, se preocupe por la comprensión general de la base objetiva y que esa comprensión habilite a la construcción de una conciencia colectiva que se aleje, definitivamente, de aquella conciencia funcional a la clase dominante. Más allá de eso, pensar en estas formas de educación emancipadora implica construir sujetos para destruir lo que a priori parece indestructible: la injusticia sostenida mediante relaciones de poder que se estructuran desde la restricción implícita de la libertad de los trabajadores.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.