“Pero la recusación de esperanzas o ilusiones utópicas no significa en modo alguno el derecho a detenerse y contentarse con fatalismo con el reconocimiento del hecho. Significa que, puesto que toda esperanza en la transformación interna del hombre es una ilusión utópica mientras subsista el capitalismo, hay que buscar y encontrar medidas y garantías organizativas para oponerse a las consecuencias corruptoras de esta situación, para corregir inevitablemente su inevitable aparición y para eliminar las degeneraciones que así se produzcan” (György Lukács)
El hecho de que la discusión sobre la política -como práctica- parezca acabar indefectiblemente en un infranqueable muro, en una trama sorprendentemente laberíntica, alimenta la desazón al interior de cualquier manifestación colectiva que se proponga transformar la realidad social. El análisis de lo global y de la forma en que el modelo productivo condiciona las dinámicas de lo particular, nos aproxima a los discursos fatalistas de Francis Fukuyama e inclusive de Margaret Thatcher.
Pero si es cierto que hasta aquí llegamos, y que el desarrollo histórico dialéctico finaliza en el modelo productivo capitalista y que, por tanto, hay que aceptarlo, eso significaría a su vez asumir la injusticia como postulado de lo natural y “soldar” de alguna manera los poderosos al poder, aceptando de una vez y para siempre que de lo que se trata es de vivir como estamos, lo mejor que podamos.
Podríamos discutir indefinidamente ese postulado. No obstante, intentando avanzar hacia niveles de reflexión más profundos como el que proponía Lukács hace cien años, podríamos buscar las bases de la reproducción de los modelos productivos y de sus formas de injusticia social en una conciencia colectiva que no es más que el reflejo de un modelo productivo capitalista, o sea de una subjetividad que, al ser de génesis objetiva, se entrega a las más extremas formas de la cosificación.
Por otra parte, sabemos también que asignar la tarea transformadora a un colectivo de clase que debe su conciencia a las dinámicas de lo objetivo, es decir a una clase cuyas subjetividades son el reflejo de un modelo productivo capitalista, es una aberración más de los discursos idealistas-subjetivistas que pueblan las estanterías de la autoayuda.
En este sentido, y buscando retomar los postulados histórico-materiales, podríamos decir que las posibilidades de la transformación son también de génesis objetiva. Es decir que los momentos puntuales marcados por las crisis de los modelos productivos serán generadores de estadios diferentes de conciencia que serán a su vez potencialmente transformadores de la realidad a partir de un giro subjetivo en la comprensión de las formas de la injusticia y las posibilidades de superación.
Esto no quiere decir, en modo alguno, que el desarrollo político-subjetivo de los sujetos esté limitado exclusivamente a las posibilidades de su reflejo a partir de lo objetivamente dado, sino que la relación dialéctica entre objeto y sujeto, entre lo que sucede y lo que se piensa, debe ser la base de la formación política de los sujetos los que, educados en un mundo capitalista, pueden llegar a responder transformativamente como manifestación a un momento puntual del proceso histórico pero sin desprenderse aún del sesgo subjetivo que instalaron en su consciencia las relaciones productivas del capitalismo.
Es decir que transformar una realidad a partir de una estructura político-partidaria cuyos sujetos son productos del capitalismo es un desafío cada vez mayor, y relegar esa transformación a las posibilidades de lo subjetivo es una utopía cada vez más absurda. Las condiciones objetivas que determinan las crisis sucesivas del modelo capitalista serán siempre el instante oportuno para activar lo revolucionario en un proceso de movimiento permanente. Uno de esos momentos en los que, como decía también Lukás, las decisiones colectivas, es decir el conjunto de las subjetividades, serán fundamentales para activar el motor de la transformación.
Lo cierto es que hemos tenido innumerables oportunidades. Superamos crisis y observamos pasivamente como el capitalismos se reinventó después de cada caída, intentamos activar la transformación pero reproduciendo todos los elementos superestructurales capitalistas, compramos lo que nos vendieron transformador y seguimos educando sujetos para el capitalismo. En definitiva, nos perdimos posibilidades enormes de crisis objetivas para potenciar el desarrollo de lo subjetivo aprovechando ese envión que esas crisis aportaban.
Y, como si fuera poco, nos preguntamos inocentemente por qué pasa lo que pasa con las democracias y por qué, así como hace más de doscientos años el hombre construía la máquina que le sacaba el trabajo, hoy seguimos abriendo el pozo para enterrarnos a nosotros mismos.
Como bien decía Fisher nuestras prácticas, entre ellas la educativa, nos construyen a imagen y semejanza del modelo productivo. Somos hijos de un modelo educativo que nos inscribe los sentidos del capitalismo y nos propone funcionar a su antojo, un modelo que nos carga de supuestos a priori que solamente pueden superarse con (otra) educación política, con la construcción de la conciencia que habilite al sujeto a encontrar el momento, ese momento en que las dinámicas de lo objetivo no sólo habilitan al cambio, sino que también lo demandan impostergablemente.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.