*) Mag. José Luis Corbo

“Si él se encuentra hasta este punto sumergido en el deseo de ser blanco es porque vive en una sociedad que hace posible su complejo de inferioridad, en una sociedad que extrae su consistencia el mantenimiento de ese complejo, en una sociedad que afirma la superioridad de una raza: en la exacta medida en que la sociedad le plantea dificultades, él se encuentra colocado en una situación neurótica.” (Fanon, 1953, Piel negra, máscaras blancas, p. 103)

Frantz Fanon fue un psiquiatra y filósofo negro nacido en la Martinica, colonia francesa, en el año 1920. Su nombre no suena demasiado familiar en tanto no empieza a asociarse a filósofos y pensadores contemporáneos que se apoyaron en sus investigaciones y que hoy lo consideran un referente de los principales movimientos descolonizadores de fines del siglo XX y principios del siglo XXI.

A Fanon lo preocupaba especialmente lo que sucedía en su ciudad natal, en principio con aquellos que viajaban a las ciudades más importantes de Francia para formarse o trabajar y volvían transformados en otras personas, con nuevos estados de conciencia. Le intrigaba además la situación de su pueblo sometido al dominio blanco, consentidamente sometido, es decir aceptando al europeo blanco como conductor de su destino a partir de lo que los textos sagrados decían que debía ser.

Esas preocupaciones lo llevaron a escribir su primer libro. “Piel negra, máscaras blancas”, describía esta y otras situaciones en las que la conciencia sometida del negro aceptaba y promovía de alguna forma su dominación en manos del blanco europeo y de cómo el negro, lejos de querer la liberación para su pueblo, optaba por la máscara blanca y deseaba sobremanera parecerse al dominador.

Grandes referentes desarrollaron estas ideas en otros campos más allá de la psiquiatría. Paulo Freire partía de los estudios de Fanon y decía que el dominado siempre quiere ser dominador. Al dominado no le interesa liberar su pueblo sino cambiar de vereda. Por eso Freire insistía, en la Pedagogía del oprimido, que la liberación del oprimido debe ir de la mano de la liberación del opresor. El marxismo occidental en más de uno de sus referentes, decía que los problemas de una posible dictadura del proletariado se asociaban a la inversión de una lucha de clases que devenía en una nueva lucha, un nuevo estadio desigual que se significa en diferencias de producción y de poder. Un nuevo punto muerto de desigualdad.

Los uruguayos de más de cuarenta vivimos en el Uruguay de los 80. Y también en el Uruguay de los 90. Nos acostumbrados a que el que viajaba era el vecino que podía, generalmente dueño de algún negocio fuerte del medio local o heredero de alguna familia de alta alcurnia. El mismo vecino compraba los autos nuevos, a los que nuestros padres accedían cuando ellos los desechaban. Hasta nos acostumbramos a comprarles a crédito a aquellos que nos empleaban y eventualmente pagarles con trabajo que ellos nos compraban al precio que querían. Es decir que supimos gastar el dinero antes de tenerlo, sin capacidad alguna de ahorro y corriéndola siempre de atrás.

En esos viejos tiempos, era de orden admirar al patrón generoso, aquel que invertía para darle trabajo al resto porque quería el bien de todos, una suerte de ángel enviado del cielo –oh casualidad que todos iban mucho a misa-, que compraba trabajo a precios módicos y que engrosaba sus arcas mientras otros ponían el lomo.

Si hubiésemos leído y entendido algún viejo libro de economía, hubiésemos entendido que los que dan fiado primero siempre son los obreros, que aceptan trabajar gratis un mes hasta que se les paga, aceptando entonces que otros se queden con la plusvalía que se produce a partir de su fuerza laboral prestada. 

Esta situación, que ha atravesado el mundo de extremo a extremo, y que se sostiene bajo las máximas de los valores europeos, burgueses y católicos, valores que han preconfigurado el universo de los a priori, se ha mantenido casi que invariable con el paso de los años. La gran diferencia, en los últimos tiempos, ha sido que en la medida en que el poder adquisitivo de cierto sector obrero ha mejorado, se han visto alterado los estados de consciencia.

Esas modificaciones de la consciencia, producto de ciertas prácticas que objetivamente han habilitado al trabajador de clase media a acercarse al mundo otrora prohibido de los usos y las prácticas de la Gran Clase, construyen la neurosis del trabajador alienado del siglo XXI, la misma neurosis que preocupaba a Fanon hace más de 70 años.

Está claro que el dominado quiere ser dominador, pero está claro también que las prácticas confunden. El trabajador viaja a crédito con su tarjeta, pagando mucho más que aquel que lo hace al contado y vendiendo, para poder pagar, un trabajo que aún no ha trabajado. Al mismo tiempo compra su auto a crédito, su celular nuevo y su plasma gigante, corriendo siempre la liebre de atrás, pero sintiéndose igual a alguien que no lo es, por el simple hecho de que él, si no trabaja, se queda con menos que nada.

Pero este no es el mayor de los problemas. En la medida en que el obrero trabajador desarrolló esos estados de falsa conciencia, el mundo siguió girando. Y mientras giraba, el narcotráfico copó los mercados y trascendió pueblos y clases, el neoliberalismo avanzó de manera desenfrenada, resurgieron los fantasmas enterrados de los viejos fascismos y nos fuimos creyendo todo lo que nos contaron. 

Y en esas narrativas nos decían que la violencia es culpa de las gobiernos de izquierda y que se resuelve con represión, que los pobres siempre existieron y que no quieren salir de la pobreza y nos enseñaron, como lo hicieron en los Estados Unidos de los 80 y bien nos retrató Wacquant, a odiar a los “parias urbanos” y a culparlos de las mayores de nuestras desgracias.

Y nos llenamos de trabajadores hablando de “pichis” y pidiendo mano dura, rezongando porque se los ayudaba a salir de su marginalidad y pidiendo a gritos que se respete la propiedad privada a la vez que se priva al pichi de su propia vida. Como adelantaba Fanon, nos llenamos de pobres con máscaras de ricos y entregamos a los ricos el poder, poder que los que se ponen las máscaras defienden, pero que jamás van a ejercer.

El trabajador enmascarado se arrastra de rodillas porque le hicieron creer que es superior, a la vez que lo pusieron sobre aviso y dejaron en claro que ellos, como siempre, son los que mandan. No obstante él prefiere seguir del otro lado, pidiendo dureza con los pichis y gastando más de lo que tienen, bajo la falsa misericordia de las teorías del derrame aunque, al momento de derramar, el agua siempre desemboque en el mismo pozo.

 

*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.

Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.

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