*) Mag. José Luis Corbo

Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque no era sindicalista. Después vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque no era judío. Luego vinieron por mí, y ya no quedaba nadie que pudiera defenderme. Martin Niemöller (1892-1984)

El tema de la reforma educativa viene dando que hablar en los últimos meses. Todos y cada uno de los detalles dan para escribir un libro. Sobre todo, porque si lo cuestionable fuese únicamente el grado de improvisación de algunos de sus elementos, la falta de sostén teórico de la propuesta o la forma de llevarla adelante, tal vez la cuestión no fuese tan grave. El problema radica, justamente, en que todo es un problema.

No obstante, haremos el ejercicio de centrarnos en uno de esos tantos puntos que demandan, por lo menos, de una reflexión profunda. Hablamos de los famosos cursos para directores e inspectores destinados a la transformación y, específicamente, de la posibilidad de permanecer en “esos cursos” y de hacer lo que “esos cursos” dicen que hay que hacer, como perros de Pavlov babeando ante el estímulo, o de optar por bajarse ante tamaña catarata de incoherencias poco creíbles.

A modo introductorio, debemos aclarar que el curso fue presentado para directores e inspectores en función, definiéndose de carácter obligatorio, pero sin referir explícitamente a la sanción que implicaría el no cumplimiento de esa obligatoriedad.

Ante esto, idas y venidas de directores, de sindicatos y de docentes en general, el fuego cruzado no ha hecho más que dilatar los tiempos mientras el agua corre, comenzando a cavar poco a poco en el cuerpo del colectivo.

Sobre el tema, hemos escuchado en la prensa a varios jerarcas del gobierno refiriendo a la poca cantidad de docentes que se han bajado de esas mal definidas instancias de formación. Todos ellos afirman que directores e inspectores, teniendo la LIBERTAD de bajarse, no lo han hecho, (in)acción que en definitiva demostraría, en base a sus criterios, un gran nivel de adhesión a la propuesta. Y ponemos libertad con mayúsculas por la simple y sencilla razón de la impotencia que nos da escuchar hablar de libertad con esos niveles de libertad -en el sentido en que ellos mismos usan el concepto-.

Hablar de libertad sin hablar de necesidad es poco menos que inmoral. ¿Qué tan libre se puede ser cuando bajo esa supuesta libertad subyace la amenaza permanente de sancionar al trabajador, de penalizar su no adhesión a los cursos? ¿Qué tan libre se puede ser cuando todos los trabajadores de la educación sabemos que de venir una sanción redundará, en cualquier caso, en multas asociadas al salario? ¿Qué tan libre se puede ser cuando la decisión la debe tomar un trabajador que no vive de rentas de capitales sino del salario que percibe mes a mes? ¿Qué tan libre se puede ser cuando sabemos que nuestra decisión afecta la estabilidad económica familiar y, por tanto, las condiciones materiales de todos sus miembros?.

Parece fácil hablar de libertad de decidir cuando esa libertad no es más que algo que existe en el limbo ideal del derecho positivo, una mera entelequia que, de no bajar al universo material de “los nosotros”, los simple mortales, no será más que un concepto, una mera abstracción que busca definir un objeto práctico pero que jamás será capaz de hacerlo por su distancia y diferencia con el mundo material.

Libertad y necesidad son pares dialécticos, conviven en dependencia.

Difícil ser más libre de lo que materialmente podamos serlo, de lo que nuestra situación de vida nos permita serlo, del lugar que ocupemos en una sociedad que produce y se reproduce y que está marcada por la repetición sistemática de los sitiales de privilegio tanto como por el crecimiento cada vez más significativo de los estados de abandono y pobreza.

A los discursos de libertad, como si fuese poco, se han sumado los discursos de la amenaza. Asistimos a una suerte de ejercicio en el que te dejan ir para después tirarte con fuerza hacia atrás. La amenaza de la sanción es el collar de ahorque de esa libertad que ellos mismos predican, el azote que cae sobre la espalda del trabajador que acabará siempre por ceder cuando le toquen el bolsillo, por el simple y sencillo hecho de que todos somos conscientes de que de dignidad no se vive.

*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.

Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.

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