*) Psic. Manuel Froilán Zavala Ayala
“El Cacho”, así le decían, había pasado desde muy joven una vida difícil. En medio de un hogar colmado de violencia y carente de afectos, fue teniendo una visión del mundo diferente a otros, muy diferente. A duras penas pudo terminar la escuela, y el liceo ya fue algo utópico: debía trabajar para mantener a su madre y hermanitos. Cacho, era el mayor de ellos.
Sus sueños, que esporádicamente lo visitaban, le brindaban unos minutos de alegría, gozo y esperanza… pero eran sólo unos minutos, y la realidad… su dura realidad regresaba sin compasión.
Los días del Cacho, eran una pesada rutina… a tal punto que lentamente sus fuerzas menguaban, pero al saberse responsable de su madre y hermanos, no podía darse el lujo de bajar la guardia. No tenía amigos… no se permitía, no quería demostrar lo mal que se sentía, y mucho menos decirlo. Qué pensarían los demás…
Nunca una mano amiga… que le preguntara cómo se sentía, si estaba bien o no… por más que lo deseaba, nunca lo tuvo, porque nunca expresó su sentir.
De vez en cuando, le aturdía el deseo de finalmente descansar de todo…, pero nuevamente se reponía. Luchaba solo… una batalla muy difícil y dura. Es que nunca le enseñaron a decir “me siento mal”… “necesito ayuda”… peleaba solo.
Hasta que un día “el Cacho” lentamente perdía batallas y el sin sentido de la vida lo invadía. Lentamente… sin poder comprender, comenzó a poner su rancho en orden.
Lo pintó, levantó unas ventanas caídas cuyas bisagras ya no daban, tapó unas goteras, al alambrado caído puso unos postes nuevos y le dio una mano de cal al portón de entrada. “El Cacho” se estaba recuperando… era el rumor que corría.
Ordenó algunos papeles, pagó cuentas pendientes. Visitó a conocidos a quienes en algún momento no les había tratado muy bien, también a María, la dueña de la verdulería y a José, el de la carnicería. Les pidió disculpas por esos momentos en que no se había comportado bien o si se interpretaron mal sus palabras.
A Sergio, un vecino, le regaló un mate y bombilla de alpaca (su máximo tesoro) que había ganado en una rifa. Sergio siempre quiso una así… pero no se podía dar esos lujos.
Los que conocían al Cacho estaban sorprendidos por su mejoría. Al parecer, los bajones terminaron finalmente y todo volvió a la normalidad.
Un domingo… día en que el Cacho también iniciaba temprano su rutina… no lo vieron salir. Pensaron… bueno, domingo,… se merece descansar un poco más.
Más tarde, Sergio lo vino a ver para compartir unos mates en agradecimiento por el regalo… lo llamó, golpeo su puerta… pero el Cacho al parecer no estaba, que raro, porque la madre ni sus hermanos lo habían visto salir. Aún estará dormido… pensaron. La madre pidió a Sergio que lo aguardara un rato, que iría a llamarlo. Pero no había respuesta desde dentro de la pieza.
Entonces, la madre, los hermanos y el Sergio, decidieron entrar a la fuerza a la pieza, y lo hicieron. Y al entrar… quedaron sin palabras, sin entender nada… el Cacho estaba colgado de una viga, que durante el arreglo de su rancho, la había pintado también.
Los gritos mudos del Cacho no fueron reconocidos y por lo tanto no escuchados.
RECUERDE: Los suicidas SIEMPRE avisan. Aprendamos a reconocer las señales de advertencia.
*) Licenciado en Psicología, especialidad Clínica (con Habilitación Profesional del MSP). Miembro Honorario en el Área de Negociación Antisecuestro (gerenciamiento de crisis) del Grupo Halcón de la Policía Argentina
Especializaciones en Suicidología: Red Mundial de Suicidiólogos (Representante Nacional hasta el año 2.008); Red Iberoamericana de Suicidiólogos (Argentina).
Miembro de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM), desde el 10 de agosto de 2016.
Ex - Miembro de la Sociedad Mexicana de Tanatología.
Libros publicados: “Suicidio Infanto-Juvenil” - Cómo reconocer las Señales de Advertencia (Editorial Arandura. Año 2006); en proceso: “Estrés, Depresión y Suicidio”. Disertante en múltiples eventos en varios países.