“…Y uno, dándose cuenta o no, sabiéndolo o no, “toma partido” ante cada situación, a cada instante, porque es imposible una supuesta neutralidad a la hora de sentir y pensar lo educativo… ese “tomar partido” nos hace pronunciar un lenguaje despojado, sin rodeos; es una voz que intenta no dejarse seducir ni atrapar por las trampas de la tecnificación de la pedagogía ni por las falsas fronteras entre la exclusión y la inclusión”. (Skliar, C. 2014, pag. 27)
No hay discurso más peligroso que aquel que suena creíble, el que resuena como panacea de salvación y, en ese afán de envolvernos, parece aclararnos ideas que en su lógica siempre serán poco claras, pero que su atractivo es poco menos que irresistible.
Son ideas que hablan de resultados, pero no de procesos, ideas que hablan de utilidades, pero no de formas, ideas que hablan de promesas, pero jamás develan sus fondos. Es el aterrante ejercicio de caminar en tinieblas el que nos proponen, el asumir indefensos la protección de un escudo invisible e indestructible, con la esperanza viva y la sensación incierta de que ese mundo, el que nos prometen, se dibuja sobre un ideal de justicia con el que todos soñamos.
Generalmente, quienes promueven esas ideas y nos cuentan sobre ellas, son sujetos con cara de inteligentes -por lo menos bajo sus estándares- representantes de organismos internacionales que no encuentran mejor forma de someter a los más débiles que venderles un buzón en épocas en que la mayoría de las cartas llegan por mail.
Este tipo de propuestas son contadas por hombres o mujeres, que tienen el karma de cargar con la salvación a sus espaldas, pesadas mochilas, y que viajan por el mundo cual mesías llevando, a los más necesitados, el Santo Grial de la educación y el progreso. ¿Debemos creerles?.
Tal es el caso del presidente del Banco Mundial. Si bien todos asumimos que este organismo vive de someter a los débiles, también asumimos que -y esto es inexplicable- un día tendrá el gesto de salvarnos a todos y rescatarnos de nuestras miserias que justamente nos llegan por no alinearnos a sus ideas. El discurso es un tanto sospechoso. Parece ser que te salvo para que crezcas y te hundo en el intento. Es como la analogía del diablito malo que le habla al bueno en la caricatura. Está ahí… latente, esperando el tropezón.
Como lo expresan Carrera & Luque (2016), la base sobre la que se cimienta la teoría educativa para aquel organismo es el “capital humano”, bajo el precepto de que la inversión en educación sea cual sea, tendrá como rédito la mejora económica del país.
Pensemos entonces en un coeficiente que valida nuestro proyecto educativo en función de la productividad. Nos dicen los autores, “la fórmula de cálculo se establece al comparar las diferencias de ingreso de las personas a través del tiempo con o sin un tipo de formación, y su costo para producirla. Es lo que se denomina tasa de la rentabilidad social de la inversión en educación”.
Este mismo discurso es el que trajo el presidente del Banco Mundial, Jim Ken, en los últimos días a nuestro país. En sus palabras, afirma que están “desesperados” para que el mundo -y especialmente Uruguay-, presten atención al capital humano.
Nos ofrecen entonces, de forma desinteresada y filantrópica, nuevos e interminables préstamos. Todo parece indicar que nos estaremos desayunando de adultos que Papá Noel no entra por la chimenea y que los reyes, en efecto y aunque no creamos, tampoco son lo que parecen.
Este gentil y paternal señor recordó, además, la mejora significativa que tuvo Uruguay en las pruebas PISA en el año 2015. O sea que el haber mejorado nuestra posición en cierto modelo de evaluación externa y estandarizada bajo referentes de evaluación que ellos mismos establecen, es lo que nos transforma en merecedores de ese préstamo que ellos hoy nos ofrecen, en esa búsqueda de igualdad social a la que asumen dedicarse.
Es imprescindible aclarar también que ese modelo pretende cambiar radicalmente el rol docente para transformarlo, en la misma línea teórica, en una especie de “coaching” dedicado a construir personas capaces, en un futuro, de producir la mayor cantidad de ingresos posibles para su país.
Acá es donde puede comenzar nuestra pelea. Demostremos de una vez por todas que no estamos para motivar alumnos con frases de autoayuda y que tampoco nos convence el concepto de resiliencia como forma de transferir la culpa a cada sujeto sobre sus propios males, sacando entonces el lazo a los modelos macroeconómicos que, de la mano de estructuras como el Banco Mundial, -a quien hoy tenemos la desgracia de recibir en nuestro living- nos someten a su orden, reduciendo nuestro valor humano al increíble precio del capital productivo.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.