“Lo que ve una persona depende tanto de a qué mira como de qué le ha enseñado a ver su experiencia visual y conceptual previa. En ausencia de tal aprendizaje, sólo puede darse una lujuriante y zumbante confusión, para decirlo con las palabras de Willian James” (Kuhn, T.S., 1962)
De un tiempo a esta parte, parece casi que de orden referirse a todo tipo de estructura mediada por algún tipo de relaciones sociales en términos de sistema. Es así como se repite en los discursos de los medios, esa referencia hueca en relación al carácter sistémico de las cosas. La ambigüedad con que es usado el concepto acaba habilitando su propio uso.
Podríamos decir entonces que si el sistema es concebido como una estructura modélica en la cual cada una de sus partes se articula de tal forma que lo ponen en marcha cual engranaje, la realidad está condicionada a la lógica del sistema. Cuando una pieza falla es tan sencillo como cambiarla.
Por otro lado, si el sistema acepta y promueve las relaciones de dependencia entre cada una de las piezas, pero se asume el carácter particular, propio y determinante de esas relaciones y la forma en que cada una de ellas condiciona al resto y acredita a su vez el cambio en las formas de esas piezas a sabiendas que dicho cambio condiciona el total del sistema, la lógica podría ser otra.
Para el caso de las instituciones, alinearse al orden de lo sistémico desde la primer perspectiva -en las formas del engranaje- podría ser en extremo problemático. En primer lugar, porque los sujetos que pertenecen al sistema no serían más que piezas sustituibles sin reparo alguno en la medida en que el resto del engranaje cambie su funcionamiento por un “defecto” en sus formas.
En segundo lugar, porque las relaciones sociales que se construyen en el propio sistema también pasan a ser piezas de ese engranaje y, generalmente, se construyen en el momento en el que dichas instituciones nacen. Es decir, los sujetos ingresan a una institución, adoptan su rol, y adoptan sus formas de ser y de hacer en relación a dicha institución.
Nos detenemos entonces en este último punto. Si el sujeto asume su carácter de agente bajo la lógica de las estructuras estructurantes y estructuradas, es posible que la institución que lo construye termine siendo construida también por él. Para el caso, es necesario que su rol se habilite, necesitando en la mayoría de los casos de un grupo mayor de agentes que acompañen sus ideas. De lo contrario, es probable que dicha institución lo forme a su gusto y antojo, absorbiéndolo a la interna del sistema y transformándolo en una pieza más de la estructura. De esa forma la institución puede funcionar años -mal o bien- sin modificaciones ni alteraciones visibles.
Sin embargo, los que pertenecemos o nos vinculamos a ciertas instituciones, nos preguntamos muchas veces cómo es posible que funcionen como lo hacen sin que nadie se detenga a cuestionar dicho funcionamiento. Parece ser que no sólo los sujetos actúan con cierta lógica determinista, sino que las relaciones se construyen bajo idénticas formas día tras día. Lo primero que debemos destacar es que, en la mayoría de los casos, no existen acciones conscientes sino acciones repetidas y validadas por la propia repetición.
Tomamos aquí entonces el concepto de naturalización. Para Josep Vicent Marqués (1981), la naturalización “es un fenómeno que lleva a los hombres a considerar sus acciones y sus creencias como naturales, ligadas a su naturaleza”. Desde una perspectiva sociológica, naturalizar formas de actuar, significa hacer sin pensar, hacer por hacer y porque siempre se hace o porque el resto de los que son iguales a mi lo hacen. Naturalizar nos aleja de la conciencia de las acciones, de la acción sobre la reflexión crítica y, por tanto, promueve relaciones hegemónicas que favorecen como siempre a la ideología dominante.
Para el caso de las instituciones, naturalizar formas de funcionamiento, ligadas esencialmente a los sujetos y a sus acciones y relaciones, significa abandonar las formas más básicas de la superación institucional. Repetir lo malo es naturalizarlo y repetirlo inconscientemente -como sucede en la mayoría de los casos- no nos exime de culpa. La naturalización puede transformarse en una agonía institucional permanente y en un desdén colectivo.
Cada uno de nosotros ve el mundo de determinada manera. Esas formas son las formas para las que nos prepararon y están sujetas a procesos de naturalización permanentes, promovidos por quienes se sirven de ese tipo de acciones para mantenerse donde están. Nuestro carácter de agentes nos exige el pensar profundamente nuestras prácticas -aún aquellas naturalizadas- para alejarnos de formas de reproducción de desigualdades que, generalmente, habitan todas y cada una de las instituciones a las que pertenecemos.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.