*) Enrique M. González Vilar Laudani
Un hombre circulaba por un viejo camino solitario. Se dirigía a una ciudad pequeña, donde visitaría a sus familiares. Luego de varias horas de conducir en medio de una pertinaz lluvia, ya pasada la medianoche, notó que su automóvil comenzaba a deslizarse de lado.
Estacionó al lado de la ruta y comprobó que una de las gomas traseras estaba pinchada. Su molestia por tener que cambiar el neumático en medio de la lluvia aumentó al comprobar que no tenía el crique para levantar el auto. ¿Cómo podía no haberlo previsto?, pensó culpándose, mientras permanecía dentro del auto, más amargado aún al ver que no tenía señal en el celular para pedir ayuda.
En medio de esta situación divisó a lo lejos, dentro de un campo, una tenue luz que emanaba del farol externo de un puestero de un campo agrícola. Esperanzado, comenzó a caminar hacia la casita, por un sendero estrecho.
Mientras caminaba, las dudas comenzaron a acosarlo. “¿Y si no hay nadie?, ¿y si no me abre la puerta por miedo?....” seguía caminando y continuaba teniendo pensamientos cada vez más negativos. Faltaba poco para llegar y seguían sus temores: “¿y si desconfía que le devuelva el crique?, ¿y si no le gusta prestar las cosas?, ¿y si me quiere cobrar más de lo que tengo?”.
Llegando a la casa, amargado por tantos pensamientos frustrantes, resentido y enojado, golpeó la puerta y luego de unos minutos salió un hombre, con evidentes signos de estar casi dormido en pie, por la interrupción de su descanso. Su rostro denotaba sorpresa por tan inusual visita, y el mojado conductor, influenciado por todo lo malo que había pensado en el camino, y sin darle oportunidad de hablar le dijo en fuerte tono: “¿Sabe qué?. ¡No necesito su crique y me arreglaré solo, guárdeselo, egoísta despreciable!.
Dicho esto, dio media vuelta y volvió a su auto, despotricando en el camino, por la maldad del género humano, la falta de generosidad en estos días y lamentándose por sus padecimientos.
El puestero del campo, sin entender lo que pasaba, cerró la puerta y volvió a su cama, pensando que estaba en medio de una pesadilla y enseguida se durmió.
Como ilustra este relato, muchas veces los prejuicios, influyen en la manera en que nos comunicamos. También las experiencias previas negativas, los temores, la falta de confianza, etc. Por esto, remitiéndonos a la columna anterior, haré un breve comentario de cada uno de los puntos que pueden ayudarnos a mejorar la manera en que nos comunicamos con los demás, y aún con nosotros mismos. Vuelvo a repetir que son sencillos y si los aplicamos, veremos sus frutos inmediatamente.
a) Escuchar lo que otro nos dice sin interrumpirlo
Generalmente, en medio de lo que nos dicen interrumpimos para contestar, sin permitir que nos expresen la idea completa, lo cual puede darnos una visión distinta y allí comenzamos a discutir punto por punto, en diferentes direcciones sin llegar al centro de la cuestión. Respira hondo y deja que el otro diga todo lo que tenga para decir
b) Habla de tal modo que los demás puedan entenderte
Para esto, primero debes saber bien qué es lo que quieres comunicar y luego buscar las palabras que el otro pueda entender claramente y sin dar vueltas.
c) Usa palabras que demuestren cariño
Solo usa adjetivos calificativos positivos, adosando palabras cariñosas, pero sin desdén. Decir ¿entiendes mi Amor?, mirando a los ojos o mientras se da un abrazo es diferente a decir ¿me entiendes mi Amoooorrrrr?, mientras miramos desafiantes, con los brazos en jarra, apoyados en la cadera.
d) Enfócate en el problema y no en la persona
Lo que te molesta no es la persona, sino la conducta. Si le decís a tu hijo que es un desordenado, lo denigras y pensara que es así y no tiene remedio. Si te enfocas en la “conducta desordenada” le das la posibilidad de cambiar.
e) Pasa un rato a solas con los miembros de tu familia
Es difícil con el ritmo de vida, pero vale la pena el esfuerzo de dedicar unos minutos a conversar con cada uno y saber cómo se siente. Fortalecerá tus vínculos y aumentará la confianza entre ustedes.
f) Nunca, nunca, pero nunca hables cuando estés enojado
No tiene mucha explicación. Si te sentís enojado… ¡Cerra la boca!. Salí a caminar, solo o con el perro (que no te va a contradecir en nada) pero jamás hables cuando el enojo te invade porque dirás cosas de las cuales luego te vas a arrepentir.
g) Hace de tu hogar un lugar de refugio
¿A tus hijos les gusta estar en tu casa?. En la vida, hay desafíos de todo tipo, pero el hogar debería ser un lugar “donde encontrar refugio” de las inclemencias de la sociedad.
h) Mejora la comunicación en tu matrimonio
Indispensable. No puede haber dos mensajes distintos y contradictorios hacia el resto de la familia. Además, el modelo que das es lo que tus hijos repetirán. No hay nada mejor que poder sentarte a tomar unos mates y charlar con tu compañero/a y que sea tu mejor amigo/a.
i) Nunca te acuestes con malos sentimientos hacia alguien de tu familia
Aunque no hayas resuelto el problema, acércate, decile que los queres, da un abrazo grandísimo y expresa que lo que pasa no afecta en nada el amor que los une y que luego verán la solución.
Estas cosas nos pasan a todos y seguramente yo sea el que más deba mejorar, así que…. ¡Manos a la Obra! No hagamos todo de golpe, pero podemos empezar por alguno de los puntos. Hay mucho más por desarrollar, cualquier cosa mándame un mail y conversamos... ¿Qué te parece?. ¿Lo intentamos juntos?.
*) Periodista (Universidad Nacional de la Matanza - Bs. As. - Argentina). Director de Seminarios e Institutos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para las sedes Morón, Quilmes y Merlo (todo en Bs. As.).
Docente y Profesor en religión para jóvenes de 14 a 30 años. Director del Programa de Becas Educativas (FPE) de la Iglesia en Instituto SEI Merlo. Coach y Orientador Educativo en el mismo Instituto.
Todo esto fue realizado desde 1986 a 2013. Coach de Vida y Facilitador de proyectos personales (Estudios con la Licenciada Graciela Sessarego - Venezuela).
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