*) Enrique M. González Vilar Laudani
“Fue por una tontería que casi no recordaban ahora. Una cosa trajo la otra, una palabra fuerte contestada con otra más fuerte aún, el tono de reproche pasó a ser acusatorio y finalmente, el enojo afloró de manera total al salir él de la casa dando un portazo fortísimo gritando casi: -“¡y que esta vez no se meta tu mamá!”.
Al volver él esa noche, luego de un largo rato caminando afuera, ni se hablaron. Cada uno comió por su lado, tragando con dificultad. Ricardo se sentó frente al televisor, solo, no queriendo enfrentarse a Camila, y esperó a que esta se durmiera para entrar en la cama.
Ella, con los ojos cerrados, bañados en lágrimas, fingió no darse cuenta, haciéndose la dormida. Los dos estuvieron largo rato así, con los párpados apretados rogando al sueño fugitivo que les deparase un tránsito rápido hasta un nuevo día, suponiendo que este les traería la paz que anhelaban. Finalmente, el cansancio los sumergió en un sueño inquieto y nervioso.
Al despertar en la mañana, Camila notó que su esposo se había marchado al trabajo más temprano que lo acostumbrado y se sintió tan aliviada como él, no teniendo que enfrentarse nuevamente, aún ambos con resabios de la intensa y amarga discusión de la tarde anterior.
Esta situación se prolongó por varios días, ninguno daba el brazo a torcer. Nadie pidió disculpas, nadie dio ni recibió el perdón. El orgullo parecía estar ganando su batalla y el ambiente estaba tan denso que parecía difícil desplazarse dentro de la casa cuando ambos estaban presentes.
Una pregunta corta era contestada con un monosílabo, así que entre Ricardo y Camila, todo se redujo a un “si”, “no” o a un “no sé” que indicaban indiferencia.
En los momentos en que estaban solos, ambos pensaban como resolver esta situación en la que cada uno sentía ser la víctima y el otro el culpable. Ricardo pensaba -“si ella no me hubiera dicho eso…” y Camila rezongaba -“si él no hubiera hecho aquello…”, haciendo que la brecha que los separaba se agrandase más.
El viernes de esa semana, algo inesperado sucedió. Ricardo recibió en su trabajo una cajita. Era sencilla y colorida y al no tener señales de quién la enviaba, con curiosidad la abrió rápidamente. En su interior encontró una rosa artificial, muy bonita. Casi no se podía notar que no era natural. A su lado encontró una tarjeta y al comenzar a leerla, se sintió sorprendido, avergonzado y contento.
Al mismo tiempo, en el otro lado de la ciudad, un muchacho en moto tocó el timbre en la casa de Camila. Cuando ella abrió la puerta, le fue entregado un paquete, de una bombonería de la que era fanática. Dentro de la cajita, sobre el papel de manteca que cubría los exquisitos manjares, en una hoja de oficina, color celeste, encontró palabras que la hicieron sentir sorprendida, avergonzada y contenta.
La tarjeta que recibió Ricardo decía: “Lo primero que debes saber es que te amo con todo mi corazón. Sin importar nuestras diferencias, te regalo esta rosa, que es de plástico para simbolizar que nunca va a destruirse. A veces esta rosa podrá ensuciarse un poco, llenarse de polvo y perder así su brillo. Pero cuando eso pase, con un simple y fuerte soplido, ese polvillo caerá y volverá a verse plena, nueva y renovada.
A veces pasa lo mismo con nosotros, como días atrás. Alguna discusión podrá “hacernos perder brillo”, pero un “soplo” de perdón y humildad bañará nuestro amor y resplandecerá nuevamente. Te pido perdón, te amo y te espero”.
La carta que recibió Camila, escrita a mano torpemente por los nervios, decía: “Estos son los bombones que te gustan. Son muchos y del sabor que preferís. Con ellos quiero que recuerdes los muchos “dulces momentos” que pasamos y que cuando nos enemistemos por algún motivo, te comas inmediatamente uno para recordarlos. Con ellos te pido perdón, te recuerdo que te amo y que sin vos a mi lado, la vida no tiene sentido”.
Por supuesto, este es un final feliz, y no hay motivos para que casos similares no tengan el mismo fin.
Cuán sabios seríamos si no dejáramos que “el sol se ponga sobre nuestro enojo”. Si dejamos de lado el orgullo, el establecer quién tenía la razón, quién es la víctima y quién el victimario y ambos, sea el tipo de relación que sea (esposos, amigos, hermanos, compañeros) simultáneamente nos pidiéramos perdón y volviéramos a empezar, todos los finales serían felices y cada vez mejores.
Te invito a que cuando pase algo que te enoje, “soples el polvo de la rosa” para que esa relación que te une a quien amas, vuelva a tener brillo. Te invito a que cuando sientas dolor por ser herido/a, “te comas algo rico” (si es sano mejor) y recuerdes los buenos momentos.
Así te alejarás del problema y lo veras con una nueva perspectiva. Te invito a que elijas perdonar, para que no ates tu alma con las cadenas del rencor. Te invito a dar, pero también a recibir con humildad. ¿Qué te parece?, ¿lo intentamos juntos?.
*) Periodista (Universidad Nacional de la Matanza - Bs. As. - Argentina). Director de Seminarios e Institutos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para las sedes Morón, Quilmes y Merlo (todo en Bs. As.).
Docente y Profesor en religión para jóvenes de 14 a 30 años. Director del Programa de Becas Educativas (FPE) de la Iglesia en Instituto SEI Merlo. Coach y Orientador Educativo en el mismo Instituto.
Todo esto fue realizado desde 1986 a 2013. Coach de Vida y Facilitador de proyectos personales (Estudios con la Licenciada Graciela Sessarego - Venezuela).
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