“…la multitud, el elogio y el poder que se combinan para dar un sabor específico a la vida en el aula, forman colectivamente un curriculum oculto que cada alumno (y cada profesor) debe dominar para desenvolverse satisfactoriamente en la escuela” (Jackson, 1968).
… y parece escucharse cada vez más, el preocupante discurso del descreimiento político -realmente debería definirse como un descreimiento partidario, aludiendo a los sectores- que se usa discutiblemente como algo que realmente no es, pero que contiene, en su esencia, la expresión a primera vista inobjetable, de sujetos construidos para pensar justamente eso.
Expliquemos entonces lo que sucede y la lectura que deberíamos hacer sobre una realidad que debemos acostumbrarnos a enfrentar y problematizar o, de otro modo, dejar pasar hasta el punto de correr el riesgo de asumir la naturalización de dichos y hechos que no hacen más que afectar las relaciones sociales y promover legados culturales obsoletos y peligrosos que seguramente no deseamos los que nos vinculamos directamente con la educación.
La democracia, definida por la RAE como forma de poder político decidida por los ciudadanos es, por tanto, una representación pragmática de la expresión del pueblo que, asumiendo su obligación ciudadana, otorga a un grupo político configurado ideológicamente -o no-, la tarea de administrar los bienes públicos en función de las necesidades del propio pueblo.
Los tipos de democracia que a su vez surgen históricamente han sido varios, en función justamente de la línea ideológica de cada grupo de turno. En definitiva y resumiendo, lo destacable aquí es que el pueblo decide. Y si decide mal, tiene una nueva chance a los cinco años. Así funciona la democracia y así es popularmente entendida.
Hoy, en función de lo expuesto, estamos en posición de afirmar que el descreimiento político partidario, se significa en un descreimiento a los sistemas democráticos con los que convivimos desde hace casi treinta años.
Y una posible respuesta a este discurso, lamentablemente, son las dictaduras, contrapartida natural de los regímenes demócratas. Tal es así que, cada vez es más común encontrarnos con sujetos -generalmente de una misma generación- que sostienen las virtudes de la dictadura en oposición con las desgracias de la democracia que hoy vivimos -construida por todos-, esencialmente vinculadas a la inseguridad y al cambio en los valores que se suceden en la sociedad actual.
Lo interesante de todo esto es entender en qué punto influye la educación en esta lógica. Y parece bien sencillo. El mensaje implícito y explícito de los diseños curriculares que poblaron las aulas en dictadura configuró sujetos que en algún momento entendieron que la única forma de preservar el orden público es la represión y la violencia, que la mejor forma de resistir a lo irresistible es quedarse callados y olvidándose, ante lo improbable de la subversión, que es imposible desconocer que el que calla, otorga.
Sabemos que, más allá de lo enseñado, de lo prescrito en los diseños y de lo escrito en los cuadernos, subyace en toda práctica educativa, un discurso que configura el fondo ideológico de la propia acción de enseñar y que toma forma, en palabras de Jackson, bajo la lógica de un curriculum oculto que, durante muchos años, fue el campo de estudio para los críticos de la educación que asumen de forma acertada que no existe crítica sin análisis ideológico.
Es por tanto posible afirmar, desde nuestra perspectiva, que no es producto del azar ni de la desesperación por lo que hoy sucede en las calles, escuchar las voces de quienes afirman que “en dictadura vivimos mejor” y que no es serio etiquetar de ignorantes ni de fascistas a quienes lo repiten, porque no es más que un legado, el legado de un sistema político que, consciente o inconscientemente -convengamos que la mayoría de los planes de estudio de las dictaduras sudamericanas fueron sugeridos en el norte- construyó sujetos moldeados con esas formas, capaces de defender lo indefendible y de repetir y reafirmar que la violencia se combate con violencia olvidándose que, en palabras de Ghandi, “ojo por ojo, el mundo quedará ciego.”
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.