“La ideología de la sociedad capitalista tardía está basada en la desviación de las masas de los problemas políticos más importantes, mediante la privatización de los mismos. Precisamente la apariencia del cumplimiento apolítico y tecnocrático de los procesos políticos en el actual orden social, sólo puede ser conservado por el hecho de que la opinión pública ya está tan despolitizada, que considera la política como mera solución de tareas profesionales de carácter técnico y administrativo”. (Mansilla, 1970)
Coincidimos con Mansilla en que la despolitización ideológica de la esfera pública no es azarosa. Lo triste es que el texto tiene más de cincuenta años y, lejos de perder vigencia, el fenómeno se agudiza y se complejiza aún más en los modelos neoliberales actuales. Vivimos insertos en una red de relaciones que esconden bajo sus formas distorsionadas, los sentidos políticos que, de descubrirse, habilitarían a la compresión del ser social en su dimensión real y profunda.
El desconocimiento de la estructura política subyacente debe su génesis tanto al desarrollo de prácticas político-educativas empeñadas en disfrazar las relaciones entre conocimiento e interés, como a los medios de comunicación masiva, desinformadores oficiales a escala global en su gran mayoría. Dichas formas culturales han generado la placentera sensación de que podemos delegar en actores específicamente formados para tal fin -o no- la administración de la totalidad de las relaciones que se configuran a partir de las dinámicas del Estado.
El hecho es que la política no implica únicamente tareas técnicas y administrativas de orden empresarial y perfectibles desde lógicas positivistas, sino que la práctica política que se delega a los actores que configuran el círculo político, debería enfocarse en administrar el poder del pueblo, que no es poder del Estado sino que es el reflejo de un poder latente y dinámico que descansa sobre la totalidad de los sujetos que habitan en un espacio geográfico específico.
Dusell lo plantea de la siguiente manera. Partimos de la noción weberiana de que el Estado es una entidad abstracta, que no existe materialmente como tal sino que se significa en un momento de estabilidad en el cual -supuestamente- las relaciones entre sujetos fluyen a partir de procesos de regulación endógena presuntamente estables. El poder del Estado radica en el poder del pueblo, poder latente o potentia. Ese poder, que es de todos y cada uno de los sujetos que son parte del pueblo, se vehiculiza a partir de instituciones de orden físico, material, encargadas de que el propio poder circule, los potestas.
Cada sujeto que es parte de una institución de orden público, debería ocuparse de que el poder del pueblo circule y se distribuya de igual forma para todos los sujetos. Cuando un grupo político utiliza el poder del Estado desde un lugar en el que se encuentra como representante del poder del pueblo, en beneficio propio o de una clase social determinada, el poder se fetichiza.
Delegar el poder, entonces, no significa olvidarse de tareas que no me competen y que me alivianan la vida en sociedad, ya que ese olvidarse es producto de un modelo político económico que construye esa trama de olvidos intencionales.
A su vez, esa red a la que referimos, potencia el incremento progresivo del poder del Estado, el que será habilitado a cuanto sea necesario para mantener la armonía del pueblo. Se exige al Estado inclusive, y aunque suene paradójico, reprimir para mantenernos en libertad. Es decir que cuanto más poderosas vemos a las instituciones del Estado y cuanto mayor sea el número de tareas que les deleguemos, más tranquilos nos sentimos. Y hasta nos acostumbramos a restringir la libertad. Es entonces como el discurso de la libertad individual, quintaesencia del Estado liberal y al que hemos atacado muchas veces, es incapaz de sostener al neoliberalismo. Paradójico todo.
Esto no es nada nuevo. Maquiavelo, si bien fue inicialmente ignorado, sugirió a los Medici la necesidad de una figura política de gran liderazgo y capaz de decidir sobre todo, y Thomas Hobbes encumbró al Estado en su gran Leviatán. Esas viejas propuestas, consideradas o no el origen de los Estados totalitarios modernos, reclaman un necesario paralelismo con otras formas de autoritarismo no represivas pero potencialmente más fuertes.
Hoy no son necesarias las dictaduras, porque la manipulación de los sujetos es tal, que la falsa conciencia construida por las incesantes políticas neoliberales se encarga de hacer su trabajo. Vivimos en un mundo de “falsos a priori” en el que nos hemos preparado para aceptar lo que nos viene, porque así nos construyen. Todos deseamos lo mismo aunque no todos accedamos a lo mismo: es tal vez el punto cumbre del hombre unidimensional de Marcuse. Queremos lo que quieren que queramos y creemos en lo que quieren que creamos. La gran religión es el propio modelo económico que nos venden, a tal nivel que ya no necesitamos de dioses. El modelo es el Dios.
Agrega Mansilla, algunos puntos esenciales del desarrollo máximo de estos procesos: el compromiso con el orden social -que, como dijimos, pone en apuros al propio sistema-, la disminución de la explotación y la mejora de la calidad de vida de la clase media en el primer mundo, que va de la mano de la explotación aterradora y el saqueo de los países del tercer mundo, y las formas “refinadas” e invisibles de la manipulación global.
Pero como toda crítica implica respuesta, para el propio Mansilla, es inevitable no pensar en el qué hacer. La necesidad de la acción política extraparlamentaria es poco menos que impostergable. Se trata simplemente de politizar las prácticas, empezando por la educación, redescubrir los sentidos implícitos detrás de las formas mudas del hacer. En definitiva, tomar nuestro lugar como agentes políticos aunque la comodidad de delegar parezca ofrecer ventajas y pensar, de una vez por todas, en las posibilidades reales para la búsqueda de los sentidos definitivos de la justicia social.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.