“En general, la afirmación de que el hombre se enajena de su vida como especie significa que cada hombre está enajenado en relación con los otros y que cada uno de los otros está, a su vez, enajenado de la vida humana”. (K. Marx, 1844)
En otras ocasiones hemos tratado el problema de la enajenación, tal vez uno de los problemas prácticos más debatidos en los últimos dos siglos. En el siglo XIX, Marx retoma la tesis hegeliana aplicando su giro materialista a partir de un análisis profundo y exhaustivo que se ocupa específicamente de las relaciones productivas, desarrollando este concepto en los manuscritos del 44.
No obstante, como bien lo expresa Fromm, la génesis del concepto de enajenación como representación de una práctica, se asocia a lo que los profetas llamaron “idolatría” en el viejo testamento. En aquel entonces, la idolatría refería a aquella práctica que los hombres ejercían sobre los dioses en el marco de un giro práctico que los transformaba en objeto de dominación de su propia creación.
Los hombres crearon los dioses y los dioses se apropiaron de sus vidas, transformándolos en sus esclavos. Lo propio sucede en el capitalismo del siglo XIX: el hombre crea un modelo productivo que lo esclaviza, crea la máquina que le quita su trabajo. En fin, crea el invento que mata al inventor.
El obrero enajenado se aleja del objeto producido en su trabajo, desconociéndolo como suyo. Su relación con el objeto a partir de la práctica productiva, a partir de su acción poética, se recorta en el momento final de la producción. Su producto le es ajeno tanto como las relaciones de ese producto con el modelo productivo, es decir el lugar que ocupa el producto en la dinámica de las relaciones productivas y las relaciones que se suceden a la vez que el objeto deviene en producto.
Este trabajo enajenado es la representación de una (pseudo) abstracción inducida por las dinámicas del modelo productivo, sostenido este último a su vez por la estructura ideológica que opera a su servicio. La ceguera del trabajador se ocupa de desconectar en sus niveles de conciencia las relaciones que subyacen a la totalidad de sus prácticas, ocupándose a su vez de invisibilizar su apoyo inconsciente a la reproducción del modelo productivo.
Por otra parte, y como bien nos decía Jameson, la abstracción es una de las mejores creaciones del capitalismo neoliberal. De alguna manera nos han hecho creer que existe la posibilidad de analizar las prácticas –todas ellas sociales- por separado, como aisladas en un tubo de ensayo, y desconectadas del universo de lo concreto. En algún momento nos hicieron creer que cada espacio práctico es autónomo, y que pueden elaborarse enunciados de validez a partir de interpretaciones inducidas sobre fenómenos aislados.
Para el caso de la educación, en los últimos tiempos, los fenómenos de la enajenación y la abstracción parecen venir de la mano.
Por una parte, el docente se ocupa de analizar su práctica descolgada y se entrega a las formas de acción y pensamiento más degradante en sentido neoliberal, promoviendo la problematización de prácticas descolgadas del resto del mundo, apostando por la creatividad, la resiliencia y el desarrollo emocional como las mentiras mejor disfrazadas de verdad de los modelos educativos contemporáneos.
El abrazo cariñoso y la capacidad de levantarse luego de caer mil veces, parece ganarles a las pedagogías críticas y nadie quiere levantar la mano para decir que el abrazo es necesario, pero completamente insuficiente.
Por otra parte, el docente desconoce para qué educa, transforma su praxis en producción y entrega inconscientemente a su estudiante al mercado, entrega un sujeto devenido en objeto. El trabajo del docente se transforma inconscientemente en la maquinaria productiva del capitalismo neoliberal, modelo que no sólo enajena la docencia sino que produce a partir de las prácticas educativas sujetos/objetos potencialmente enajenables.
Los discursos de la contingencia y el mundo cambiante sostienen prácticas alienantes. Pensar críticamente la educación implica enfocarse, tal vez como práctica de resistencia, en el desarrollo de una dimensión subjetiva que habilite la comprensión de los procesos objetivos, de estados superiores de conciencia que se ocupen de poner luz al mundo en su conjunto. Evadir esta obligación significará, por otra parte, habilitar estados de falsa conciencia y amputar al estudiante la posibilidad latente de interpretar y transformar el mundo en su conjunto.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.