En el año 1996, Pierre Bourdieu decidió brindar dos conferencias destinadas a cuestionar el lugar de la televisión en la determinación o el condicionamiento (in)consciente de las relaciones y el pensamiento de los sujetos a partir de prácticas de manipulación destinadas a manejar los hilos de sus estados de consciencia.
Su intención era, explícitamente, denunciar la forma en que la televisión y los medios de comunicación masiva en general aportaban a la construcción de una falsa realidad, la que no era más que la representación de una necesidad emanada de los intereses asociados a aquello que los grupos de poder querían que se supiese.
El hecho de que Bourdieu haya decidido dar estas conferencias por televisión, es decir de usar o abusar de la difusión de sus palabras en el medio que centralmente cuestiona en su discurso, puede parecer contradictorio. No obstante, y sabiendo que esta crítica pudo ser recibida en su momento por el sociólogo, él mismo aclaraba que su intención era tomar distancia por un momento de sus textos, un tanto relegados a la lectura académica y notoriamente alejados de cualquier posibilidad de difusión masiva, y acercarse a otro tipo de público que se permitiese reflexionar con él desde perspectivas menos academicistas, a la vez que darle visibilidad a su trabajo y a su pensamiento: “dejarse ver y ser visto”, decía.
Por aquel momento, Bourdieu planteaba la posibilidad de la televisión de llegar a “todo el mundo”, a una diversidad de público a la que el libro no accede. A la vez, se cuestionaba si lo que el científico tenía para decir era accesible a la comprensión de ese público y si eso en alguna medida aportaba o no a la sociedad en su conjunto.
Por otra parte, acusaba a la televisión de definir intencionalmente qué mostrar y de ocultar subliminalmente lo otro, lo prohibido al ojo de todos, asignando a la realidad una suerte de planos de importancia enfocados en la construcción de realidades paralelas: “lo hace cuando muestra algo distinto de lo que tendría que mostrar si hiciera lo que se supone que se ha de hacer, informar, y también cuando muestra lo que debe, pero de tal forma que hace que pase inadvertido, o que parezca insignificante, o lo elabora de tal modo que toma un sentido que no corresponde en absoluto a la realidad” (Bourdieu, 1997, pág. 24).
Parece de más decir, que si Bourdieu aún viviese, tendría muchos más medios sobre los que opinar y muchas más plataformas en las que salir. Lo que hacen hoy las redes sociales y lo que operan en la construcción de los estados de falsa consciencia -perdón que insistamos con Lukács- puede superar a lo que ha venido haciendo la televisión en los últimos cincuenta años.
No obstante, los medios de comunicación masiva siguen siendo, en el mayor de los casos, los elegidos por el aparato político de turno para instalar formas de pensamiento hegemónicas y para construir esa especie de Matrix en la que vivimos sumergidos.
Los programas de televisión y de radio se articulan con las redes en planos complementarios. Mientras las redes aportan a la construcción de un pensamiento abstracto que de alguna forma se define a partir de la publicación de postulados por demás cuestionables -además de falaces-, la televisión y la radio aterrizan en lo concreto y lo pintan con colores de su propia paleta, aportando a la consciencia colectiva el ejemplo oportuno que sostenga la bienintencionada acción de los grupos de poder.
En esa línea, mientras los “influencers” postulan en las redes el sentido de la vida y aportan a la legitimidad de la meritocracia y el voluntarismo, los mediáticos se ponen el traje de “opinólogos”, ostentando el diploma que parece habilitarlos a decir de todo y sobre todo. Y así, en esa investidura, se pasean por radio y televisión, irritando al público con sus postulados en forma de discursos acalorados pero aportando, en definitiva, a la construcción del pensamiento hegemónico.
Y en esta línea, me atrevo a decir, que jamás han estado los medios de nuestro país tan cargados de prácticas de manipulación. Por arte de magia desaparecieron los informes amarillistas sobre seguridad y violencia, las manifestaciones y los autoconvocados –a estos ya les avisaron que tienen que mostrarse, porque ya es como un poco mucho-, al tiempo que aparecieron las encuestas que muestran números que nadie entiende de dónde salen, pero que en definitiva se aceptan. Porque al fin y al cabo las encuestas sí deberían decir la verdad.
Los medios se han llenado de políticos que saben de cocina y de cocineros que saben de política, de futbolistas que escriben libros de autoayuda y postulan sus verdades metafísicas, de mensajes de salvación en la boca de los que su propia clase social hace años se encargó de salvar… y de otros tantos híbridos de dudosa credibilidad encumbrados en las formas insolentes de los líderes mesiánicos.
En momentos de crisis política la crítica parece no tener voz. Y cuando intenta hablar le tapan la boca con sutiles bombas de humo. Si algún problema real emerge a la superficie, algo y alguien se encargan de mandarlo nuevamente debajo de la alfombra, o de mostrar su porción inofensiva.
Y este ejercicio sostenido y sistemático, al mejor estilo Goebbels, trabaja como gota en la roca al pensamiento colectivo, esculpiendo las cabezas de los que aún pueden sostener el someterse a estas terapias opiáceas, adormecidos en el limbo de la caverna platónica. Y qué hablar del nivel de la discusión pública, de la bajeza tanto de la afirmación como de la réplica del mediático devenido en intelectual. La pobreza del discurso no es más que la representación de prácticas orquestadas por un sistema que somete a las marionetas políticas al servicio de sus labores porque, como todos sabemos, cuando el neoliberalismo manda, el lugar de los tontos es estrictamente simbólico.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.