Pasada la ola de comentarios agresivos sobre el derecho al “paro” de los docentes, comentarios huecos de contenidos y orientados a la construcción de estados de consciencia alejados de la consciencia del trabajador y con intenciones explícitas de generar tensiones irreales e inexistentes entre el trabajador (docente) y el trabajador (padre), nos permitimos desarrollar algunas apreciaciones.
En primer lugar, y como lo hemos manifestado en otros escritos, el derecho a no trabajar por un determinado tiempo, sea un día, dos o los que se resuelva, no debería asociarse bajo ningún concepto a una cuestión de partidos, a la política como práctica partidaria, a un cobro de factura al partido de turno.
Las huelgas nacieron como movimientos corporativos y defendían una profesión, defendían el saber y el saber hacer algo, y a partir de ahí el lugar del trabajador en una estructura productiva. Para que los sindicatos trascendieran sus formas “tradeunionistas” originales pasaron muchos años y muchas cosas.
No obstante, también es cierto que los sindicatos se cargaron de sentidos político-filosóficos, esencialmente socialistas, que se ocuparon de analizar el lugar del movimiento sindical en la totalidad de la trama relacional, es decir trascender la lucha política concreta y particular y ubicar el escenario práctico en el contexto general de las relaciones productivas. En definitiva, salir de la fábrica y analizar el mundo
Este hecho no es menor y es, en la actualidad, poco menos que fundamental para los intereses sindicales y para la defensa de los derechos de los trabajadores. Como sabemos, nadie transforma nada sólo, los cambios se producen en colectivo. Sería de perogrullo afirmar que la potencia del movimiento obrero se asocia al total de trabajadores que adhieren a la lucha, en relación con el volumen total de trabajadores existentes en dicho rubro. Y no hablamos de cantidad relativa y en relación con otros sindicatos, sino del porcentaje específico sobre el total de los trabajadores de un sindicato particular.
Decimos con esto que no es un tema de cantidad estrictamente, ya que sabemos que hay sindicatos que son muy fuertes y cuyo volumen total de personas es bajo. Entendemos además que esto último se asocia al lugar de ese grupo de trabajo en las relaciones productivas, en las dinámicas de la economía interna. Los sindicatos bancarios cuando paran, paran al país, al igual que los sindicatos asociados al combustible y tantos otros considerados esenciales.
Para el caso, los docentes son mucho más en cantidad que los bancarios, por ejemplo, pero su fuerza real, objetiva, no es la misma. Los docentes no paramos la producción, lo que hacemos es detener parcialmente la formación de ciudadanos a la que estamos abocados. Paramos como reflejo de una plataforma de acciones que reclama derechos para el trabajador pero que a su vez –y esto no todos lo comprenden en su dimensión real- se asocia a una trama productiva, dialécticamente. Desarrollemos entonces varios elementos.
En primer lugar, entendemos que cualquier fuerza sindical necesita de la unión total de los trabajadores asociados. Esta unión necesita a su vez de un punto de encuentro que inicialmente debe emparentarse con lo que promovían los viejos sindicatos ingleses, es decir la defensa -corporativa- de la profesión, incluida la lucha salarial y las condiciones de trabajo.
En segundo lugar, ese punto de partida asociado al interés común deberá necesariamente trascender su lugar como recorte de la totalidad de las relaciones productivas y deberá, progresivamente, agregar elementos de comprensión -teórica- para el análisis de las prácticas. Esto significa, educar políticamente al trabajador, y esencialmente al nobel trabajador, para que comprenda, entre otras cosas, que la pérdida del salario real asociada a la reducción del presupuesto en educación no es una medida aislada, sino que es parte de una estructura productiva que desvía capitales hacia otros sectores con la intención de activarlos, debido al lugar que ocupan en el aparato productivo neoliberal al que estamos sometidos. Hablamos de educar al educador, entonces. Algo de lo que mucho se habla y poco se hace.
En tercer lugar, y como decíamos, cuando el modelo productivo es tan abiertamente neoliberal, lo que interesa no es más que la producción y el consumo, el movimiento y la circulación de los capitales dentro del Estado y con la mínima intervención del propio Estado. La idea central es dejarse llevar por las dinámicas del mercado sin alterarlas. Parar la educación por un día afecta poco estas dinámicas.
No obstante, y cuando la problemática que puede conllevar una medida sindical no queda de manifiesto en la movilidad de capitales, es decir no afecta las dinámicas productivas internas, suelen aparecer estrategias políticas de parte de los gobiernos de turno que desvían el foco y que se proponen instalar prácticas y discursos de odio y de ataque, sin sentido, que caen intencionalmente en el trabajador.
Decir que parar en educación es dejar a los niños sin comida es instalar un debate inexistente, que desplaza a la institución de su hacer real y desplaza al docente de sus menesteres al servicio de la construcción de un proyecto político educativo nacional, de la formación de ciudadanos, y los pone como meros “alimentadores” de niños. No decimos con esto que el niño no deba comer en la escuela ni mucho menos, lo que decimos es que la dimensión ontológica de la escuela no se asocia a la alimentación, problemática de la que sí debería ocuparse el Estado ya que se vincula con problemas de génesis estructural.
Además, todos sabemos que hay mucha gente que no puede comer como debería, y gran porcentaje de ellos no van a la escuela. Sería más sensato atender el problema de las ollas populares sostenidas a pulmón y sin apoyo del Estado, que mandar a los “carne de cañón” del gobierno a decir estas barbaridades.
Por otra parte, como expresábamos al principio y esto es tal vez lo más importante, instalar estos debates en la sociedad no tiene jamás como sentido último presentar a la escuela como comedores. No se conforma solamente con eso. Lo que se propone es instalar la lucha obrero-obrero, es poner al pueblo trabajador en contra del docente trabajador, es instalar el discurso del docente vago, zurdo y sindicalista.
En definitiva, es agrandar la brecha que ellos mismos generan, promueven y esconden en sus discursos, pero reproducen en sus prácticas. Es además promover contradicciones inexistentes, falsas y fácilmente cuestionables, que serán superadas en tanto nos ocupemos de construir la educación sindical relegando las dinámicas y los intereses partidarios y pensando definitivamente en el trabajador, en el lugar del trabajador en el mundo y en el sistema productivo neoliberal.
Un último punto. Estos personajes mediáticos que hoy sueltan al ruedo buscando instalar discursos, se bañan de falsas filantropías, se describen como el nuevo mesías y dicen -pero no lo hacen- ocuparse de los problemas reales de la pobreza y de la protección de los más necesitados. El personaje del “filántropo de partido” es el peor de los vestigios de la distribución desigual de capitales y de poder, es la expresión inocua de los privilegiados de profesión “políticos” que reducen su práctica al mármol y el escritorio y que escapan al barro, porque su ser social ni siquiera conoce el barro, salvo como parte del submundo de los de abajo, de los pobres a los que, en el mejor de sus discursos, parecen venir a dar una mano.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior.
Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.