*) Enrique M. González Vilar Laudani
“Me encontraba tan cansado ese día…. Los desafíos y problemas parecían acumularse. Al llegar a casa, intenté poner cara de contento para que la chiquilinada y mi esposa no viesen mi preocupación.
Luego de jugar un rato con ellos, cenar y acostar a todos, me fui a dormir, deseando, aunque sea por un rato, olvidarme de los problemas de dinero, del trabajo y de salud. Caí como piedra en la cama y al cabo de unos minutos estaba durmiendo pesadamente.
En un instante me desperté empapado, sudando a mares, aunque mi ropa parecía estar seca. Todos corrían hacia mí, me tocaban, me enfocaban los ojos con algo que parecían linternas. ¿Qué estaba pasando? - pensé aturdido. ¿De dónde habían salido todos y cómo se habían metido en mi casa y subido a mi cama?.
El miedo comenzó a invadirme, la ansiedad me carcomía, el aturdimiento del momento me era incomprensible. ¡No conocía a nadie allí!. Cuando la desesperación estaba a punto de hundirme en la inconsciencia y dejarme consumir por la impotencia y la angustia, apareció un rostro conocido y amado…. Mi madre.
¡Imposible!. Lo repetí en mi mente varias veces, sabiendo que mi dulce viejecita había fallecido más de 10 años atrás, pero me dejé llevar por el sentimiento de paz y amor que de ella emanaba. Tomando mi mano me hizo parar. Me abrazó, enjugó mis lágrimas y me dio un beso en la frente, ese mismo beso con el que me despertaba cada mañana, mate en mano, antes de salir a trabajar en mi lejana juventud.
Rodeándome con su brazo nos alejamos de la muchedumbre que seguía rodeando mi cama, haciendo no sé qué cosa. Salimos del cuarto, pero ya estaba bien, tranquilo. Un grupo de personas se acercaron hacia mí. El gozo, el amor y la paz aumentaron. Cada uno de ellos, especialmente mi madre, emanaban un poder y un brillo como jamás había visto nunca.
Al mirarla bien, su aspecto de viejecita con el que me había familiarizado durante sus últimos años ya no era tal. Su cuerpo erguido totalmente. Su pelo negro azabache con un mechón deslizándose en la frente. Sus ojos pardos destellaban en su rostro, pleno de felicidad. Nuevamente me abrazó, y con ese abrazo, nos fundimos en un océano de amor. Este sentimiento llenó todo mi ser y me excedió.
Supe que estaba en casa cuando apareció mi padre. Bigote fino. Sonrisa bondadosa. Sus manos acariciándome la cara. ¡Vigoroso, tan distinto al de los últimos tiempos!.
Más en casa me sentí cuando comenzaron a pasar y abrazarme mis abuelos, mis tíos y algunos de mis amigos, además de muchas otras personas que vagamente recordaba. ¡Todo un comité de Bienvenida! - pensé. Esta idea quedó flotando en mi mente. ¿De bienvenida a dónde?. Yo estaba en casa, durmiendo luego de un día tan…. ¿malo?. No podía ni pronunciarlo, porque ni podía sentirlo.
Todo lo que pasaba por mi corazón en estos momentos eran cosas buenas. Sentimientos felices, positivos, beneficiosos para mí.
En medio de los abrazos, mamá me explicó que habían sido enviados a recibirme. Me dijo que era lo habitual cuando alguien terminaba su etapa en la tierra, debido a la confusión de pasar de un estado a otro y que siempre eran los familiares o conocidos de esa persona, los que hacían tal recibimiento.
Ante mi pregunta, me comentó que lo que venía era tan, pero tan bueno que no podría creerlo y que tuviese paciencia. También me dijo que donde estábamos tenía mucho trabajo, y que debido a su profesión de enfermera, tenía que ayudar a las personas que pasaban desde el otro lado con dolencias graves algunas, leves otras, hasta que pronto se veían libradas de las ataduras del cuerpo físico inexistente en este estado, pero aún presentes en sus emociones.
Luego de un ratito, me abrazó nuevamente, sonrió y me dijo: Tengo trabajo. En un rato vuelvo y prepárate que deberás ayudar; y dicho esto me senté en un cómodo sofá, quedándome dormido al instante. Al despertar, no cabía en mi asombro.
Estaba de nuevo en mi viejo cuarto, acostado en mi cama y rodeado otra vez de seres queridos, reconocibles y amados. Pero esta vez, eran mis chiquilinas las que me abrazaban y besaban en una competencia de ver quién lo hacía más veces seguidas sin respirar.
Luego de que se fueran, pensé que había soñado, y no recordaba casi nada. Pero el sentimiento de paz, seguridad y amor permanecían. El miedo a la muerte que antes tenía, que me acechaba agazapado, se había disipado completamente. No sé cómo, pero había un nuevo conocimiento en mi mente. Sabía, sentía, tenía la seguridad de que la vida es más que estos 70, 80 o 90 años que me tocasen transitar entre penas y alegrías; y que la muerte no existía como aniquilamiento del ser.
Seguiría viviendo eternamente, pero en otro lado. En mi corazón, la seguridad de que vivíamos antes de nacer aquí y que seguiremos viviendo luego de nuestro paso por el planeta, estaba de alguna manera completamente afirmada. La muerte no existe, me dije con énfasis.
Todo es cuestión de pasar de un cuarto a otro, de pasar de un estado a otro, de una conciencia a otra.
¡Respiré aliviado! Ya no me preocuparían los problemas de antes. Quizás los seguiría teniendo, pero les daría su justo valor. Mi objetivo, a partir de aquella experiencia sería prepararme para entrar al "siguiente cuarto", cuando me tocase, lleno el corazón de buenos sentimientos, sin maldad, con amor…. y en paz”.
Si bien este sueño es ficticio, está compilado a través de varias experiencias, sentimientos y certezas personales. Te invito a perder el miedo a morir, pero más te invito a… ¡perder el miedo a Vivir!. ¿Qué te parece?. ¿Lo intentamos juntos?.
*) Periodista (Universidad Nacional de la Matanza - Bs. As. - Argentina). Director de Seminarios e Institutos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para las sedes Morón, Quilmes y Merlo (todo en Bs. As.).
Docente y Profesor en religión para jóvenes de 14 a 30 años. Director del Programa de Becas Educativas (FPE) de la Iglesia en Instituto SEI Merlo. Coach y Orientador Educativo en el mismo Instituto.
Todo esto fue realizado desde 1986 a 2013. Coach de Vida y Facilitador de proyectos personales (Estudios con la Licenciada Graciela Sessarego - Venezuela).
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