*) Enrique M. González Vilar Laudani

¡No doy más!, -fue su último pensamiento-. Las gotas de transpiración parecían brotar de cada uno de los poros de su cuerpo. La fatiga le inundaba y el desánimo estaba a punto de hacerle abandonar su cometido. Aún faltaban dos horas para terminar la jornada diaria, que le habían impuesto años atrás, pero se sentía desfallecer.

Mientras seguía empujando, en su cabeza jugueteaba la idea de largar todo de una vez, de darse por vencido y no volver nunca más a hacer la tarea que al día de hoy consideraba un esfuerzo sin sentido, no reconocido, y encima aumentado por los últimos acontecimientos. Al mismo tiempo que se debatía entre seguir (ya faltaba menos para terminar la jornada), su mente regresó al día en que todo comenzó.

Transitando el fin de la adolescencia, varios años atrás, una mañana al término del desayuno su padre le llamó desde el jardín. Al llegar al mismo, encontró a su progenitor parado al lado de una roca que coronaba un gran espacio de terreno.

Según le habían contado, este pedazo de material se había desprendido del cerro hacía ya varias generaciones, cuando no existía allí ninguna edificación. El joven siempre lo vio como parte del paisaje de su casa y muchas veces había jugado allí, trepando, saltando y usándolo como mirador de estrellas, al recostarse sobre él en las noches claras de verano.

Sentados en el pasto al lado de la roca, el papá le dijo al joven que tenía una misión para él. El muchacho expectante y complacido ante la muestra de confianza, quedó luego perplejo ante el pedido: “Te pido por favor, que cada día, 5 horas por la mañana y 5 horas por la tarde, empujes esta roca”. Dicho esto, el padre partió para su trabajo, dejándolo para que iniciara la tarea.

“Ese fue el comienzo de esta locura”, pensaba ahora el joven desfalleciente. “¿Cómo podía pedirme mi padre algo así?. Durante años he intentado mover esta roca de su lugar y jamás pude correrla ni un milímetro”. La transpiración le corría copiosamente por la frente mientras recordaba las maneras en que la había empujado: con las manos, brazos, de cabeza, acostado en el suelo haciendo fuerza con los pies, con la espalda, con maderas haciendo palanca, etc.

Había utilizado durante todos estos años TODAS sus fuerzas, cada día, cada semana, cada mes. Y el resultado siempre había sido el mismo… ¡NADA!, ABSOLUTAMENTE NADA.

Faltaba media hora para terminar la jornada y seguía recordando, mientras empujaba aún, casi por inercia. “Y ahora, encima esto. Además de asignarme una tarea IMPOSIBLE, ¡Me deja solo!. Se va de viaje y no regresa. Solo estoy hace meses, solo me tengo que arreglar, y nadie me ayuda en nada”.

Así despotricaba el joven mientras seguía empujando y empujando, pasando minuto tras minuto hasta que por fin se cumplieron las 10 horas de jornada diaria y pudo despegarse de la roca, tembloroso, sudando a mares.

Mientras descansaba, inclinado con las manos en las rodillas, recobrando el aliento, sintió un ruido en la puerta y dirigió su vista hacia allí. Vio entrar a su padre, quién se acercó y le abrazó, besó y lloró de alegría y emoción. El hijo, feliz por su regreso, pero frustrado por su fracaso y enojo, se puso a llorar amargamente.

¿Por qué el llanto? -le preguntó. Y el hijo contesto con desazón: “¡Ni un milímetro pude mover la roca!. Nada conseguí con tantos años de esfuerzo”. El padre, complacido con la obediencia del joven, contemplándolo, le dijo: “Yo no te pedí que la movieses, solo que la empujases. Mi propósito no era correr la roca de su lugar. Lo que yo quería era tu bienestar y fortaleza”.

El joven lo miraba sin entender… entonces el padre continuó: “¡Mírate! Tus brazos, tus piernas, tu cuello, tu espalda, y aun la panza de la que tanto te quejabas… Todo es músculo, todo nervio, todo es fortaleza y salud. Te has fortalecido tanto físicamente como mentalmente, al seguir empujando cada día una roca que sabías no ibas a poder mover. Tu mente ha vencido el desánimo una y otra vez y has perseverado. Mi objetivo eras Tú y no la roca”.


Fin de la historia… pero no de la reflexión, queridos amigos. ¿No se han sentido así alguna vez?. A veces parece que todos nuestros esfuerzos son en vano, que pasan los años y no conseguimos nada. Pareciera que nadie nos ve, que jamás seremos recompensados, que nuestro sacrificio es inútil.

Quizás tengamos que criar solos a nuestros hijos, luchar contra enfermedades físicas o mentales, hacer que el dinero se estire, etc. Todo esto u otras cosas te pueden pasar, mientras intentas empujar la roca, pero no perdamos de vista que ante cada dificultad, perseverando en la lucha, estamos construyendo un carácter, una mente y un alma fuerte, decidida, luchadora, guiada por una estrella de esperanza.

El objetivo eres Tú, no la roca. ¿Qué te parece? ¿La empujamos juntos?.

*) Periodista (Universidad Nacional de la Matanza - Bs. As. - Argentina). Director de Seminarios e Institutos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días para las sedes Morón, Quilmes y Merlo (todo en Bs. As.).

Docente y Profesor en religión para jóvenes de 14 a 30 años. Director del Programa de Becas Educativas (FPE) de la Iglesia en Instituto SEI Merlo. Coach y Orientador Educativo en el mismo Instituto.

Todo esto fue realizado desde 1986 a 2013. Coach de Vida y Facilitador de proyectos personales (Estudios con la Licenciada Graciela Sessarego - Venezuela).

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