“No es fácil educar, es decir aprender y enseñar saberes, cuando se nos ha borrado el horizonte y se nos movió el piso. Que fascinante puede ser enseñar y aprender saberes, sin embargo, cuando entendemos, como dice G. Steiner, que nuestro destino es abrir puertas, aunque no sepamos adonde nos llevan” (Cullen, 2011)
La liviandad del debate educativo actual, las formas en que se construyen y se validan discursos estructuralmente inválidos, y la forma en que la charla del boliche transita peligrosamente desde el fútbol a la educación, nos ubica a nosotros, los educadores, en la mira de quienes, con la buena intención de aportar a la construcción, opinan sobre lo nuestro de la misma forma en que el eterno paciente del hospital opina del médico desde el fundamento único de su propia experiencia.
Aparecen entonces de forma habitual, críticas al sistema educativo -esencialmente educación básica y media- y, por ende, al proyecto de construcción de ciudadanía en el cual todos nos involucramos, apuntando generalmente al eterno debate de para qué educamos, destacándose entonces dos visiones complementarias o contradictorias, según el carácter que se adjudique a la discusión.
Tomaremos entonces el cierre del ciclo del estudiante en educación media, secundaria, como el cierre parcial de un proceso educativo, para enfocar ahí el presente análisis.
Existen, por un lado, quienes promueven el carácter propedéutico de la educación media y que asumen, consciente o inconscientemente, que el ciclo de educación básica se resume al aprendizaje de ciertos saberes mínimos y necesarios -para todos- y que la educación media, secundaria, no sólo continúa el ciclo sino que, a su vez, y en función de lo que la lógica evaluativa demostró a los estudiantes, les otorga la “libertad” de elegir, para convertir el final de ese tramo educativo en un espacio “preparatorio para”.
De esa manera, es así como quienes triunfan en el sistema en el área biológica, asumen que su vida decantará por la medicina, la odontología, las ciencias biológicas y demás, a la vez que se encarga de avisarle a aquel que quiere ser ingeniero que, si en esta etapa no anduvo bien en las matemáticas, debería pensar en otra opción. Esta fue la lógica de nuestro sistema durante muchos años, y todavía conserva muchos adeptos, sobre todo aquellos que repiten de libro que la única forma de salvarse es estudiar.
Un segundo discurso, y muy de moda en la opinología actual, es el de la formación para el “hombre útil”, esencialmente útil para el mercado laboral. Este discurso, muy de moda en la época de la revolución industrial y reapareciendo con fuerza en la actualidad, adjudica a la educación el carácter de utilitaria para un modelo económico productivo y, por ende, para reproducir ciertas estructuras económicas que terminan siempre favoreciendo a unos pocos.
Resulta en exceso fácil y hasta innecesario, vincular esta idea con la lucha de clases, la hegemonía y las formas capitalistas que asumen que a los de abajo hay que prepararlos, en cierta forma, para seguir estando abajo.
Pretendemos entonces, y desde esos puntos de partida, reivindicar un tercer discurso, el que en algún momento intentamos construir de la mano de Paulo Freire, el de educar para la libertad. No hay forma de que nuestro proyecto social construya sujetos críticos, libres y transformadores, si mantenemos nuestra discusión entre lo propedéutico y lo utilitario, sin pensar que la validez de lo que enseñamos solamente cobra sentido cuando se enmarca en un proyecto ciudadano que prepara a los sujetos para decidir libre y conscientes de su condicionamiento como sujeto históricamente situado, de igual forma que lo libera ante la inquietud de construir y reconstruir los espacios culturales que cohabita, en la búsqueda de ese ideal que en forma implícita pero determinante, lo anima a avanzar.
Asumimos que la libertad de pensamiento es un ejercicio que solamente se mejora practicando y que no existe práctica más potente que la que se construye desde la niñez. No hay forma de pensar en sujetos libres y autónomos si nos preocupamos en educar para algo que hoy tiene sentido, pero que no sabemos si mañana lo tendrá.
El sujeto crítico, construirá su futuro con un marco referencial propio, que mantenga viva su capacidad no sólo de usar lo que aprendió sino también de interpretar, transformar, construir y aprender para seguir aprendiendo, como elemento clave en una educación que, como todos sabemos, la única certeza que maneja para el futuro es la propia incertidumbre.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.