“El deporte, que nació de juegos realmente populares, es decir, producidos por el pueblo, regresa al pueblo a la manera de la música folclórica, en forma de espectáculos producidos para el pueblo…se difunde mucho más allá del círculo de los que lo practican actualmente o lo hicieron en otra época, es decir, entre un círculo que no siempre tiene la competencia para entenderlo como es debido” (Bourdieu, 1990)
Si bien hemos hecho referencia al deporte en más de una ocasión, su carácter polisémico -con pluralidad de significados- habilita y obliga a la reflexión permanente en función de lo que el deporte como objeto construye y lo que sobre él se construye en los diversos espacios sociales de los que forma parte.
Tal es el caso del Baby Fútbol. Los rasgos particulares que lo configuran merecen la reflexión exhaustiva partiendo del análisis de los campos que sobre él actúan y lo convierten en un producto extraño, capaz de atraer a los espectadores con gustos más diversos, a la vez que espantar otro tanto debido a los rasgos casi demoníacos que en ocasiones adquieren sus formas.
En relación al propio fenómeno y para comenzar el análisis, podríamos hacer referencia a quienes lo viven y lo disfrutan como espacio de formación de sus hijos, aquellos que repiten el discurso posmoderno, aquel que dice que la vida es competencia y que el Baby fútbol es, per se, un espacio de construcción de los rasgos más determinantes del carácter de los niños -otrora el carácter de los líderes burgueses-. Desde nuestra perspectiva no existen formas directamente cuestionables sobre esas visiones.
Estamos frente a un claro proceso de normalización sobre ciertas estructuras del deporte infantil que funcionan sin ningún tipo de reflexión porque, en la medida en que niños y padres disfruten de ellas, no parece necesario cuestionarlas.
Para el caso parece ser la propia normalización la que regula el espacio social a tal punto que los procesos de deformación interna que sufre el deporte parecen imperceptibles y terminan siendo el resultado de formas gestadas al exterior del juego por aquellos que, como espectadores y consumidores del deporte espectáculo, contaminan el fútbol infantil.
Quizás la reflexión más común en cuanto al Baby fútbol y a su entorno es la que viene de la mano de la psicología, describiendo las conductas de los padres como un intento por transmitir a los nóveles deportistas sus propias frustraciones. Esto trasciende, de acuerdo con esa línea, las frustraciones deportivas de los padres, ya que muchos de ellos jamás se vincularon directamente a la práctica futbolística federada.
Es preciso diferenciar en este sentido al deportista de fin de semana o al que juega con sus amigos en una liga amateur, de aquel que alguna vez logró participar de un deporte federado, más allá de las condiciones de esa federación. El hecho de la frustración seguramente deberá pensarse más allá del propio ámbito deportivo y se vinculará a las formas en las que los padres se proyectan en sus hijos siempre desde en vínculo fuertemente emocional y marcado indefectiblemente por las buenas intenciones.
El análisis que realiza Bourdieu nos muestra la dimensión socio histórica de esta problemática, a la vez que habilita nuestro rol docente en cuanto a la participación del proceso de reconstrucción cultural. Para el autor, el deporte moderno como construcción de la clase obrera, como producto del pueblo trabajador expropiado por la clase noble inglesa, regresa el pueblo en forma de espectáculo. Aquellos sujetos “colonizados” que entregaron su legado al sector más pudiente para educar a los jóvenes en sus escuelas, en determinado momento de la historia, vuelven a participar de él como espectadores.
El problema es que las formas que había adquirido el deporte habían alejado al pueblo de la propia práctica deportiva, alejándolos también de la comprensión de las formas deportivas más profundas, del virtuosismo técnico y táctico sobre las acciones, del entendimiento de las lógicas profundas que hacen del deporte un objeto en extremo complejo y perfectible. Le habían quitado al pueblo la capacidad para entender el fútbol vinculada siempre a su participación y comprensión, por tanto, del juego desde el juego.
Esta suerte de robo intelectual construye entonces, en las ideas del autor, un sector social que participa como espectador pero que aplaude la teatralización del fútbol desde sus aspectos más bárbaros. Se legitiman las formas de entrega, lo violento por sobre el estético, lo pícaro por sobre lo estratégico… en fin, lo antideportivo por sobre lo estrictamente deportivo, de forma de que el deporte, en función de su imposibilidad por escapar a los aspectos exógenos que lo construyen, sufre innumerables deformaciones dentro y fuera de la cancha.
Con el paso del tiempo y vinculado a los procesos de globalización el deporte, y para el caso particular el fútbol, vuelve a transformarse en un deporte popular. Ya no en un juego dado sus rasgos internos, pero si en un deporte que se practica desde hace mucho tiempo en los escenarios más diversos. El deporte espectáculo sigue creciendo, pero de la mano de aquellas formas exageradas de teatralizar lo irrepetible y de aplaudir la patada por sobre el caño y la barrida al piso por sobre el gol o el virtuosismo de la finta.
Esas formas históricas son parte de la construcción del Baby fútbol actual en nuestro país y, debido al proceso cultural que las instaló y pareciera habilitarlas, puebla nuestras canchas y condiciona nuestros niños cada fin de semana. Basta con participar para ver y escuchar los discursos de los espectadores y los gritos desesperados hacia los niños, con palabras y sugerencias que demuestran que aún al día de hoy gran cantidad de los que participan como espectador, siguen sin entender el deporte.
Decíamos que esta lectura sobre el deporte como objeto cultural y sus deformaciones históricas, no sólo pretende ser una defensa hacia esos padres que gritan desde su condición de sujetos históricos y como parte de su habitus, sino que habilita la reflexión para los docentes en cuanto a la necesidad de pensar el deporte más allá de sus prácticas y más allá del proceso de formación de los propios practicantes.
Es una reflexión que nos moviliza para pensar en esos padres espectadores que son producto del Baby fútbol como construcción y que son a su vez constructores pero que son, en cualquier forma, sujetos impostergables para la educación deportiva.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.