"La primera acción propagatoria de todos los que actúen al servicio de la reforma escolar tiene que ser: salvar dicha reforma de esa mala fama que la presenta como interés de los interesados o como ataque de los diletantes frente al gremio de los pedagogos... La reforma escolar es un movimiento cultural es el primer principio a debatir” (Walter Benjamin)
A principios del siglo XX, el fenómeno del “arte para masas” comenzaba a desarrollarse de manera increíblemente arrolladora. Mientras que las grandes artes continuaban siendo propiedad de la poderosa clase burguesa, los procesos globalizadores del capitalismo ascendente y polimórfico, promovieron el desarrollo de una suerte de arte alternativo, una especie de arte con rasgos opiáceos, destinado a entretener a la clase media y al proletariado en general.
Estas nuevas artes, no solamente entretenían a la gran masa trabajadora sino que preservaban los bienes culturales burgueses en su lugar de privilegio, siempre inaccesibles, aportando así al crecimiento inexorable de las brechas culturales. A la vez, operaban a favor del modelo productivo, generando un producto de consumo que estaba, dado su valor de cambio, más cerca de la capacidad adquisitiva del pueblo, poniendo a circular el dinero y activando los mercados del consumo artístico como nueva posibilidad de expansión del capital.
La escuela de Frankfurt, centro de estudios en investigación en ciencias sociales, intelectuales marxistas agrupados a partir de intereses comunes, fueron muy sensibles a estas dinámicas culturales. Tanto Theodore Adorno como su gran amigo Walter Benjamin -este último nunca se integró definitivamente a la escuela- comenzaron a producir numerosos ensayos en los que cuestionaban el arte para las masas, esta suerte de drogas para los de abajo peligrosamente funcionales al modelo productivo capitalista. Lo propio hizo Georgy Lukács, siendo tal vez el precursor de estas teorías del reflejo estético.
Esta suerte de teorías críticas asociadas al arte, fueron recibidas de forma diversa. Aún en la actualidad, hay quienes sostienen que Adorno era un filósofo de elite, que despreciaba el arte popular, mostrándose a favor del entonces llamado arte burgués. Esta mirada, que aparece en muchos espacios de divulgación en la actualidad, muestra una visión fragmentada e incompleta del autor, un desconocimiento -o tal vez incomprensión, dado lo barroco de sus textos- que en nada refleja su postura y su perspectiva.
Lo que quería expresar Adorno era lo siguiente: no inventemos un arte para pobres, pongamos el arte burgués al alcance de todos, despojemos de una vez por todas a la burguesía del privilegio de tener algo a lo que sólo ellos acceden y que sólo ellos comprenden, y pongamos a circular la cultura.
Esta idea ya la había esbozado Lukács años antes, cuando refirió a la educación como práctica política destinada, entre otras cosas, a habilitar los procesos de apropiación de las formas culturales y a la comprensión de los sentidos subyacentes a las prácticas artísticas. Lukács entendía además, que el carácter mimético de los fenómenos artísticos, es decir su capacidad para reproducir en un escenario no real las emociones de lo real, escondía también un elemento peligroso para la masa trabajadora.
Esto último parece también claro. Al trabajador, en el mayor de los casos explotado, víctima de los menesteres del trabajo abstracto, se le amputaba imperceptiblemente su capacidad de manifestarse en contra de los dueños de los medios de producción -e inclusive de los trabajadores de cuello blanco, obreros devenidos en jefes-, pero se les construía un escenario falso, donde sí se les permitía hacerlo. Con el cine se lloraba y con la música se bailaba y se gritaba. Sumemos a esto el crecimiento del deporte espectáculo, más allá del mundo del arte pero emparentado sustancialmente con las prácticas miméticas y catárticas. En los últimos tiempos, gritar en la cancha ha sido el gran momento de descarga emocional para gran parte del pueblo trabajador.
La industria cultural -término acuñado por Adorno y Horkheimer a mediados del siglo XX- se ha desarrollado de manera abrumadora en los últimos tiempos, manteniendo intactos algunos elementos de su génesis y mutando indefinidamente en la medida en que el modelo productivo lo ha demandado.
Además, aquello que iniciaron los frankfurtianos sigue siendo, hoy día, el gran marco teórico para explicar la diversidad de los fenómenos artísticos que se han propagado en, por lo menos, los últimos 70-80 años.
Los Beatles, en su momento, usaron la industria cultural para después intentar jugar con ella. Sus primeros álbumes eran arte para las masas y se consumían masivamente. Adorno conoció los primeros tiempos de los Beatles y llegó a odiarlos. Lo interesante de estos cuatro grandes, es que cuando la industria cultural ya los había adoptado, se dispusieron a hacer lo que quisieron, generando increíbles obras con niveles de creación y de experimentación sublimes las que, en el mayor de los casos, no fueron comprendidas por sus fanáticos pero, extrañamente, se siguieron vendiendo masivamente.
Esto último demuestra que el fenómeno de la alienación es extensivo al arte, para el que no parece tener límites algunos.
En la actualidad, y para el caso específico de la música, lo que se vende es lo que distrae, lo que entretiene al trabajador explotado y auto explotado, lo que suena en radio y se descarga en la web. No hay necesidad en el capitalismo neoliberal de preocuparse demasiado por el nivel de la composición musical y mucho menos por los textos que se cantan. Es más, cuanto menos digan y más abstractas sean las obras, mejor se venden. No hay necesidad de pensar y para qué vamos a hacerlo.
Lo mismo sucede para la literatura. Las librerías se pueblan de textos de autoayuda que simplemente tienen que ocuparse de escribir para la gente lo que la gente quiere leer, dándoles seguridad sin cuestionar jamás el modelo productivo, es decir haciéndoles creer que pueden ser libres solamente sintiendo que son libres, y que la necesidad que genera el modelo capitalista desaparece cuando se encuentra la paz interior, lo que parece ser el gran chiste de los libros cliché.
No obstante esta lectura, la educación nos abre la puerta que Lukacs, Benjamin y Adorno golpearon. La educación, como práctica que implica procesos de circulación de cultura, deberá ocuparse -sin fatigas- de que los objetos culturales sean de todos y para todos, conocidos y problematizados a partir de las contradicciones que ellos mismos esconden, contradicciones que “reflejan”, en una suerte de recreación de lo real, lo que sucede a la interna del capitalismo neoliberal.
*) Licenciado en Educación Física. Magister en Didáctica de la Educación Superior. Posgrado en Didáctica de la Educación Superior. Actual Director Coordinador de Educación Física de CEIP Maldonado.
Integrante de la línea "La Educación Física y su Enseñanza" adscripta al grupo “Políticas Educativas y Formación Docente. Educación Física y Prácticas Educativas”.