“La sociedad burguesa no se basa en la cooperación consciente con miras a la existencia y la felicidad de sus miembros. Su principio vital es otro. Cada uno se empeña en trabajar por sí mismo, y está obligado a pensar en su propia conservación. No existe un plan que determine cómo ha de satisfacerse la necesidad general” (Max Horkheimer, 18951973)
Parece ser que el mundo funciona en base a una lógica subyacente, invisible, que orienta a los sujetos para la búsqueda de un ideal de éxito que no es otro que el impuesto por las formas que propone la cultura dominante. Parece estar claro también, que la única forma de pensar en sujetos exitosos en la sociedad actual es aquella que se asocia a la acumulación de cierto capital económico significado en la posibilidad de consumir más que los otros, que los que no acceden a esas formas del éxito: gasto porque tengo y tengo porque soy exitoso.
Si bien ese análisis es muy básico, y podríamos acordar que hay otras formas de entender el éxito, también acordaremos que, casi sin percibirlo, en la mayoría de nuestras prácticas somos dominados subliminalmente por aquella asociación inicial. Simplemente porque está claro que así funciona la sociedad ahora, y en la carrera por salvarnos mientras el resto se hunde, el dinero siempre funciona como la zanahoria.
Es triste pero real que los sujetos se describen mucho más por lo que tienen que por lo que son. Sabemos más cuantos millones tiene Bill Gates que lo que hace en sus ratos libres. Lo que no parece estar muy claro, es el por qué no seguimos a la figura del empresario exitoso, sino que aludimos de forma permanente y de modo reiterado al uso perverso de esa idea. Lo hacemos en la calle, lo hacemos en las charlas informales, y muchas veces lo hacemos con nuestros alumnos en las aulas. Simplemente porque no analizamos el texto oculto de nuestro mensaje.
En las escuelas, el abandono de la pedagogía crítica frente a una supuesta “pedagogía del disfrute”, en ejemplos como los de Ken Robinson, terminan dando por tierra la necesidad de situar a los sujetos en su contexto socio político para construir los objetos de conocimiento. Parece ser que si lo que aprendo lo disfruto, no hay necesidad de entender el mundo.
¿Cuál es el lugar de la criticidad en esa lógica del disfrute? ¿Alcanza con disfrutar lo que hago, o necesito realmente analizar política e ideológicamente el porqué de ese disfrute o el porqué de las formas que, imperceptiblemente, me habilitan a disfrutar de eso y no de otras cosas? ¿Es realmente el disfrute una virtud del talento para el hacer o es el producto de un condicionamiento de la “industria cultural”?.
Más allá de lo que significa el disfrutar lo que aprendo, y en su vínculo con la idea inicial, lo preocupante es que la mayoría de los ejemplos que nos muestran en las charlas TED -entre otros productos de esa industria cultural- cierran su análisis con la alarmante idea de que ellos, los ejemplos de los ejemplos, son el modelo del éxito a perseguir, porque hoy su fortuna asciende a una importante cantidad de dinero y los hablita en relación con la posibilidad de participar de las formas del consumo que en otro momento les fueron negadas.
Nos bombardean con testimonios de empresarios exitosos convertidos en frases de autoayuda, y promocionan libros de fácil lectura que nos enseñan a ganar dinero… y todos ellos parecen responder a la misma idea: si me salvo yo, poco me importa el resto. La idea de dominación, histórica desde los comienzos del mundo, se esconde también subliminalmente, sobre la naturaleza y sobre el resto de los sujetos.
Y el que domina la base de la estructura, las relaciones de producción, gozará de los privilegios por sobre los desprovistos. El exitoso cambia su lugar rápidamente y su visión del mundo cambia. Su discurso gira dialécticamente, aunque su desarrollo ideológico no lo acompaña, porque sabido es que la superestructura cambia más lento. Es decir, las relaciones de trabajo cambian, pero la ideología permanece y, por tanto, condiciona las relaciones.
Es importante comprender que nuestras prácticas reproducen o liberan, pero difícilmente puedan hacer ambas cosas a la vez. Si creemos en la necesidad de cambiar, debemos deshacernos de la reproducción impensada, del hacer automático y de las modas pedagógicas porque ellas, esas modas, también responden a un mecanismo preelaborado de la industria de la manipulación.
Entendamos de una vez por todas que el dinero no puede ser el fin en sí mismo ni el trabajo la cosa en sí. Enseñemos a nuestros niños a descubrir fines y medios, aunque eso signifique despojarnos de historias que dicen otra cosa y de historias que, si bien cambian sus formas, siempre responden a los mismos intereses.
*) Licenciado en Educación Física (ISEF Udelar). Entrenador de fútbol (ISEF-Udelar). Actualmente cursando la Maestría en Didáctica de la Educación Superior (Centro Latinoamericano de Economía Humana).
Director coordinador de Educación Física, del Consejo de Educación Inicial y Primaria/Administración Nacional de Educación Pública. Maldonado-Uruguay.
(ANEP/CEIP). Integrante de la línea “Políticas Educativas y Formación Docente.
Educación Física y Prácticas Educativas”, adscripta al grupo de investigación sobre La Educación Física y su Enseñanza.