*) Cr. Ricardo Puglia Saavedra
Una de las verdaderas causas del fin de Roma como Imperio fueron los propios emperadores romanos que dinamitaron su propio mundo aplicando recetas económicas que hoy nos resultan muy familiares.
En el invierno del año 211, el emperador comienza con la decadencia de Roma, aumentando un 50% la paga de los soldados para afrontar nuevas guerras. Para financiarlas, duplicó el impuesto sobre la herencia. Pero no fue suficiente, por lo que decidió devaluar la moneda: así, se podía permitir caprichos como construcciones faraónicas.
En el siglo III d.c. no existían el papel moneda ni la máquina de imprimir billetes, lo que se hacía, era alterar el metal noble, mezclándolo con otros menos valiosos. El objetivo era acuñar y gastar más. Caracalla pensaba que si quitaba un poquito de plata a las monedas nadie lo notaría, y él podría multiplicar a placer el dinero existente. Se trataba, en definitiva, de algo bueno para todos.
El ya devaluado denario en tiempos de Augusto, Trajano y Marco Aurelio fue devaluado nuevamente por Caracalla, muy necesitado de efectivo para sus gastos, hasta dejarlo con sólo un 50% de plata efectiva.
Durante ese siglo el denario no dejó de devaluarse; hasta que acabó convertido en un pedazo de bronce bañado en plata que pasaba fugaz de mano en mano.
Al caos político y económico del siglo III le sucedió el ajuste de Diocleciano, que, ya sin poder recurrir a la devaluación, machacó a impuestos a los habitantes del Imperio y ensayó una reforma monetaria.
La reforma fracasó, y su edicto de precios máximos fue totalmente ignorado por la gente, que, en menos de un siglo, había pasado de tener en sus bolsillos denarios de plata a manejar los llamados follis, pedacitos de bronce muy abundantes y sin apenas valor. Los romanos se habían empobrecido fenomenalmente en sólo unas décadas por culpa de su Gobierno; y con ellos el comercio, la industria y la agricultura del Imperio.
La semilla del Estado omnipotente, siempre necesitado de fondos para sobrevivir, había aclimatado.
Luego, Constantino consiguió la cantidad de oro necesaria para la reforma, confiscándoselo a las ricas ciudades orientales y a los templos paganos. Para financiar el funcionamiento del Estado se inventaron nuevos impuestos, que habían de abonarse sólo en oro, única forma de pago.
El oro se convirtió en un refugio para quien podía conseguirlo, es decir, los militares y los altos funcionarios imperiales. El resto de la población había de conformarse con el bronce de los follis y el cobre del dinero informal, acuñado de manera ilegal y que hacía las veces de dinero de bolsillo.
En otro tiempo, la próspera clase de pequeños propietarios y comerciantes, base misma de la grandeza romana, se arruinó sin remedio. Se produjo entonces una concentración de tierras en manos de unos pocos terratenientes, que empleaban en ellas a los hijos o nietos de antiguos campesinos libres,-escuálidos por la inflación- y los crecientes impuestos imperiales. La era feudal había comenzado.
El Imperio Romano de los siglos IV y V vivió, literalmente, de saquear a sus súbditos. Los gastos imperiales crecieron porque sólo se podía sobrevivir a la sombra del Estado.
Durante casi dos siglos, el Estado romano fue una onerosa máquina burocrática que tenía el solo objetivo de sobrevivir y perpetuarse. Pero ni eso consiguió. Cuando el flujo de oro se secó, porque ya no quedaba un solo contribuyente a quien dar la vuelta y sacudir, Roma colapsó y se esfumó de la Historia, dejando tal caos que Occidente no volvería a ser Occidente hasta mil años después.
Si bien el Uruguay no es comparable con el Imperio Romano, el mal gastar recursos que no se tienen ni recaudan, el pésimo manejo de la política monetaria y el cada día mayor endeudamiento interno y externo con menos exportaciones, nos están llevando por caminos que la historia de otros pueblos milenarios ya han padecido.
*) Especialista en inversión bancaria y asesoramiento empresarial, egresado en 1980 de la Universidad de la República Oriental del Uruguay “Contador Público y Licenciado en Administración”. Ex vicepresidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo. Ha desarrollado una proficua e intensa actividad en la banca nacional e internacional, destacando las áreas de inversiones, reestructuración de deuda, banca corporativa, banca minorista, proyectos de inversión, ingeniería financiera y comercio internacional.
En 1990/1991 ocupó la gerencia comercial de Credit Lyonnais Uruguay y participó en la renegociación de la deuda externa uruguaya en estrecho contacto con el Ministerio de Economía y Citibank N.A.; de 1992 a 1996 estivo a cargo de la gerencia comercial de Banco Exterior Uruguay (hoy BBVAArgentaria).
Desde el año 2006 desarrolló servicios profesionales independientes en Consultoría y Finanzas Corporativas en varias empresas.