¿En qué consiste el procedimiento por el cual se extrae el plasma de la sangre?, ¿Cómo se llegó a optar por este tratamiento para pacientes que cursan Covid-19?, ¿Qué porcentaje de pacientes mejora?, ¿Cómo es el proceso para donar plasma?. Sobre estas interrogantes respondió Pablo Muxí, integrante del equipo de especialistas del GACH.

 

Pablo Muxí es hematólogo y médico internista. Como tal integra el subgrupo de especialidades del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH). A su vez, dirige el posgrado de Hematología de la Facultad de Medicina de la Universidad Claeh y la Unidad de Hematología y Trasplante de Médula Ósea del Hospital Británico.

Lo primero que explicó Muxí, es que la sangre está constituida por un componente líquido que contiene agua, sales y proteínas, y las células que contienen glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. El plasma es la parte líquida de la sangre y constituye el 55% de su volumen total.

El plasma se extrae mediante un mecanismo denominado plasmaféresis, que dura aproximadamente 40 minutos, y se realiza a través de una máquina a la cual se conecta una vía venosa del donante. A diferencia del proceso de donación de sangre habitual, la máquina selecciona el plasma y devuelve al paciente los otros elementos de la sangre (glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas).

La opción

Cuando se declaró la pandemia en 2020 aparecieron los primeros trabajos que fueron realizados en Europa. Allí, a pacientes que estaban cursando la enfermedad, se les suministraba plasma de pacientes que ya la habían tenido con el fin de generar anticuerpos como mecanismo de defensa frente al Covid-19.

Uruguay tomó esa experiencia, principalmente la normativa de donación de plasma aplicada en España, e hizo una normativa propia el año pasado con el trabajo de prestigiosos expertos que llevaron a cabo las primeras experiencias nacionales de aporte de plasma a pacientes en situación crítica bajo el criterio de uso compasivo.

Con este mecanismo se atendieron muchos pacientes, pero al analizar en retrospectiva los estudios, se constató que no había un beneficio real en aquellos pacientes que ya estaban en situación crítica, y no se generaba un cambio significativo.

En enero de 2021 cuando surge evidencia que demuestra el no beneficio del plasma en pacientes críticos (el trabajo de Simonovich publicado en The New England Journal of Medicine), nace la posibilidad de utilizar plasma precozmente, en los primeros días de la enfermedad, antes que la misma se desarrolle.

Respecto al porcentaje de pacientes que mejora al recibir plasma, dijo que es muy difícil de evaluar en forma global “cuando tenemos una enfermedad que en los jóvenes, por ejemplo, más del 95% de los casos se mejoran solos sin ningún tratamiento”.

Dijo que, “incluso si vamos a poblaciones de 65 años con enfermedades de riesgo, evolucionan mal un 30%, lo cual es mucho, pero tenemos un 70% que evoluciona bien sin necesidad de tomar medidas terapéuticas. Entonces demostrar el beneficio de una intervención terapéutica es estadísticamente más difícil”.

Los trabajos que se hicieron, demostraron que población de mayor riesgo, es decir pacientes mayores de 65 años que tenían otras enfermedades y pacientes mayores de 75 años aunque no tuvieran otras enfermedades, si no recibían plasma, el 30% evolucionaba a un agravamiento de insuficiencia respiratoria.

Mientras que, si lo aplicaban lo hacía el 16%, logrando así un beneficio del 40-45% de quienes evolucionarían mal. Pablo Muxí admitió que son resultados modestos, pero si se realizan 100 plasmas por día se podría tener 14 pacientes menos que se agravarían.

Esto es un número significativo “si uno piensa, primero en el individuo, pero también en términos administrativos de internaciones, aporte de oxígeno e incluso ingreso a CTI o muerte”. Finalmente en enero a partir de una iniciativa de Asse se formó una comisión para analizar el uso del plasma de convalecientes.

Ese grupo de expertos, definió, en primer término, utilizarlo en pacientes mayores de 65 años con comorbilidades o en pacientes mayores de 75 años. En segundo lugar, se resolvió utilizar plasma que tenga una cantidad de anticuerpos con un título mayor de 1 en 1.000.

El proceso tiene una serie de dificultades que hacen que el tratamiento no pueda ser de uso masivo. La limitante en el número de máquinas permitiría hacer 40 extracciones diarias, lo que daría entre 80 y 100 plasmas diarios. Es necesario tener en cuenta que no todos los donantes tienen un título mayor a 1 en 1.000, solo el 15 a 20%.

La otra dificultad, “es dónde aplicamos este plasma, si tenemos en cuenta que son pacientes con muy pocos síntomas, comenzando la enfermedad y transitándola en su domicilio. Aplicar el plasma en domicilio complejiza el proceso porque requiere control médico de un hemoterapeuta”, explicó.

En ese sentido, Asse instaló sitios de infusión en el INOT, permitiendo el traslado del pacientes en forma aislada y con una entrada especial. De esta manera se le aplica el plasma y después vuelve a su domicilio. Algunas instituciones públicas están habilitando lugares de infusión de este plasma para pacientes ambulatorios.

Finalmente, explicó que el proceso de donación comienza con la toma de una muestra de sangre que permitirá saber si el donante es apto por el título de anticuerpos y por su estatus infectológico. Si el individuo es apto hay que derivarlo a un centro de aféresis para realizar la extracción del plasma.

Los centros de aféresis establecidos son el Hospital de Tacuarembó, el Hospital de Clínicas, el Hemocentro Regional de Maldonado (que cuenta con una moderna unidad móvil de extracción) y el Servicio Nacional de Sangre. En ese marco, se han iniciado campaña de incentivo para captar donantes.

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